Suena el transistor
canciones del pasado.
Lejano amor.
El mar moja
la arena y las rocas.
Eterna resurrección.
Hoy escribí en mi Diario
Trescientos días de sol
maldito anticiclón.
"Todas las historias e infundios sobre su pasado, acumulados hasta formar otro ser, siempre presente y,desde luego, mas entrañable que su propia, pálida y vana existencia hecha de náuseas y de sueños" Apendice, Un Bel Morir, Alvaro Mutis
sábado, 28 de julio de 2012
miércoles, 4 de julio de 2012
Cuento. Obsesión
—“¿Quiere un cupón para hoy?”
La pregunta resuena alegre en el bar, repetida a todos los
clientes. La oigo desde hace
meses, cuando convertí aquel local en el lugar donde comienzo mis jornadas.
La vendedora es alta, entrada en carnes, con una cabellera
morena que lleva recogida en dos larguísimas trenzas. Viste un sencillo
pantalón gris, algo justo para su talla, y una camisa de color amarillo con el
emblema bordado de la organización para la que trabaja. Lleva el pecho sembrado
de boletos y décimos de lotería,
como alamares multicolores, y los gruesos cristales de sus gafas apenas dejan
ver unos ojos pequeños, vivos y nerviosos.
Son pocos los que le hacen caso; menos aún los que compran
algún boleto. Es una sombra que pasa de largo, una pregunta en el aire. Ella
sigue insistiendo sin perder la sonrisa:
—“¡Mucha suerte, señor!—, me dice ufana al comprarle yo la lotería, y se marcha camino de otro bar o de otros
clientes.
Decido seguirla. La chica vale tanto como cualquier otra. Y es el día.
El sol calienta pese a lo temprano de la hora. El comienzo
de la primavera se deja notar. Las calles, inundadas por el bullicio de los
chiquillos camino del colegio, cargados de carteras, refulgen brillantes,
mojadas por el camión del Ayuntamiento que las limpia a deshora.
La chica, con una ligera cojera que me había pasado
inadvertida, avanza alegre por la calle, saludando a todos, ofreciendo la
suerte a gritos. Entra en todos los comercios, invade todos los locales, inquiere
a todas las personas, sin importarle mucho el poco éxito de la venta. Yo la
observo a distancia, algo pudoroso por si percibe que la sigo. Me molesta su alegría.
Desde hace mucho tiempo es un estado ajeno a mí. Irreal.
El psiquiatra lo definió con un término técnico, que no
consigo recordar ahora, cuando veo a la chica sonreír con el último cliente,
dejando en sus manos un boleto de felicidad prometida. La angustia me sube por
la garganta, dejando un regusto amargo en la boca. Siento el corazón palpitar
en mis sienes, y el acero de la navaja me quema en el bolsillo, repitiendo la
palpitación mía.
Hace días que dejé de tomar la medicación. Y el hospital,
en el Norte, es un recuerdo lejano, de días mojados, grupos de terapia, camisas
de fuerza.
El agua rompe con fuerza en el acantilado. El Sur, al que
me encaminaron mis pasos tras la huida, lejos de promesa de redención ha convertido mi mente en una incesante
caldera, una obsesión recurrente, una maldición de horror y vacío, la promesa
del mar calmoso, el retorno al claustro al que me debo y al que tengo que
volver.
La sangre resbala por mis brazos. Es hora de volar.
A lo lejos, alguien pregunta por su cupón de Lotería.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Soledad
Soledad. La calle solitaria acompaña mi vigilia húmeda de madrugada y deseo; te busco en todos los rostros te persigo en todos los c...
-
Invierno contradicción de sol día tras día de la ciudad marina. La mar espejo de mi rostro antiguo y roto restaña las herid...
-
Se me ha paralizado la conciencia. Se me han roto las armas defensivas. Luis Alberto de Cuenca...
-
Al fin la lluvia moja las calles de la ciudad marina calmando la sed y la rogativa. Lluvia bienhechora deseada bienvenida persiste...