martes, 29 de marzo de 2011

En la noche

Otra noche más de azul y ausencia

mínimamente calmada

por las dos perlas.


El transistor escupe letras del poeta.

Canciones olvidadas,

memorias muertas y lejanas.


El viento gime en la negra montaña

en que se convierte el alma

azul y ausente.

miércoles, 16 de marzo de 2011

La foto

Hay una foto colgada en la pared.

Grande, algo borrosa, pues es antigua y está aumentada para observarla mejor.

En blanco y negro.

El frío cala los huesos y el ánimo. En la foto también.

Un andén ferroviario. Famoso, en una vía muerta.

Del vagón, con las puertas abiertas, desciende la gente. Los rostros cansados, las miradas de desconcierto, el miedo. La incredulidad.

Es difícil aguantar la escena, aún hoy desde nuestro tiempo cómodo y amnésico.
El niño me mira, mientras a su lado la abuela, envuelta en ropajes y harapos, se afana en recoger la maleta de cartón y el hatillo de ropa, atrayendo a su ser a los pequeños que trae consigo.
Todo el andén es un revuelo de hombres y enseres, y se adivinan las órdenes y los gritos en el comienzo de la formación.
Dos filas ordenadas por los uniformes y las rayas.

Parece nevar, y el frío penetra en el alma desolada, como entonces.

Al fondo, tras el bosquecillo, se adivina una chimenea y el humo blanco.
Aquí, en el primer plano, el niño me mira preguntándome qué ocurre.

Una lágrima resbala en mi rostro, aterido de frío y horror.

Esa mirada me acompaña toda la vida, pues en ella veo la mirada limpia, inocente, trasparente, de mis hijas.

Y sigo sin saber que responder.

Coda.
Gente, no lo olvidéis; hablad de esto, gente; guardadlo todo”. Simón Dubnow, historiador judío de ochenta y un años. 7 de diciembre de 1941, camino del bosque de Rumbula, fosa común de los 30.000 judíos del gueto de Riga.
Verso de un poema de mi amigo Pedro Carlos Amador “Del crío humano que murió sin risa/ en Auschwitz. ¿Quién calcó el pertinaz grado/ de manera tan cruel y tan precisa?”

lunes, 14 de marzo de 2011

Nihil novum...

El mundo perece por el sol naciente, golpeado por la naturaleza que ahora no es madre, ni siquiera amante. O tal vez despechada por no tratarlas como merecen, una u otra.

Y el mar, ese viejo sabio eterno y canalla, mostrando una vez más su poder, colocándonos en nuestra insignificancia y propio dimensión. Poco honor hace a su intitulación allá.

El hombre moderno colocado de nuevo ante su realidad; la historia recordando que ya antes, otros hombres y otras sabidurías habitaron el mundo, creyéndose eternos. Ilusiones.

Que nos encaminamos al desastre ya nadie lo duda. O no debiera. Pero tal vez esté bien que se nos recuerde, aunque sea dolorosamente, que nada es gratuito ni nuevo de verdad.

Escribo esto con tristeza y aún dolor. Tengo hijos. Y no estoy nada seguro de que les espera.

Yo, amortizado, aguanto fumando mi pipa y viendo volar las golondrinas, que traen piar de otras latitudes y otros lugares.
Atónito.

martes, 8 de marzo de 2011

Carnaval

Contemplo el desfile de Carnaval un tanto incrédulo. Por el ánimo de la gente, que aún en crisis tiene ganas de holganza y diversión. Y por mi propia incapacidad para identificarme con una Fiesta a la que me siento no ya ajeno, si no extraño y oponente.

Nunca me gustó el Carnaval. Y por mi edad, cercana la cuarentena, nunca la identifiqué con épocas pretéritas, en las que este día y don Carnal servían de excusa, quizá válida, para la trasgresión y el desacato.

Hoy observo el desfile por devoción paternofilial, pues mis hijas, como todos los niños, disfrutan de él y se sorprenden de los colores, bailes y músicas.

Pero a mí, el sentido de la vergüenza me crece por momentos, cuando observo a mayores y jóvenes disfrazados, en frenesí de máscaras, disfraces y plumas.

Y es ajena, ese vergüenza, pues a muchos el disfraz no sólo no mejora, si no que empeora cuerpos, sonrisas y elegancias.

Y qué decir si el disfraz no es tal, más que la impostación, chicharrera o brasilera, de plumas, lentejuelas y samba.
En fin, el desfile de Carnaval.

Afortunadamente, la pipa humea y me distrae, y alguna bailarina mueve las caderas con cierto interés. O sea

domingo, 6 de marzo de 2011

Aguantando

El invierno, al que creíamos abandonado y somnoliento entre las hojas pasadas del calendario, molesta hoy de nuevo el paseo vespertino.

El mar se agita plomizo e inquieto, mecido por el viento que sopla del Levante, anticipando temporal, dejando los barcos en el muelle y las gaviotas en los acantilados.

Los cuatro paseantes con los que cruzo las buenas tardes me miran un punto sorprendidos, pues el carrito del bebé parece volar entre ráfagas de viento y espumaradas de olas, y el humo de mi pipa expele volutas a todo ritmo, componiendo imagen cómica, inusual, simpática. Creo.

Son días grises, húmedos, algo tristes; el pueblo mediterráneo aguanta la estación y la crisis, en un letargo insustancial. Abandonado en la espera de los soles del verano y la riada de turistas, que quizá este año no sean el maná con el que aguantar otro año, otro invierno.


En mi bar de todas las esquinas saboreo el café, mirando las mesas vacías. El bebé a mi lado duerme la siesta, como buen mediterráneo, y quizá sueñe con barcos veleros y capitanes intrépidos. Ojala, pienso, él pueda también pasear algún día al lado del mar, empujando a su retoño y fumando una pipa de tabaco.

Significará que no todos nos hemos vuelto locos, y que la esperanza nuestra se vio cumplida.

Pese a muchos.

Esta entrada también se publicó en La Pipa es el tiesto de las flores del humo, blog fumador y poético con el que a ratos colaboro.

viernes, 4 de marzo de 2011

De la cobardía

El correo insiste en el desprecio y el abandono.


Al menos rompe el atronador silencio de estos días del invierno en el que muero. Un poco más, pues muerto estoy desde que sus ojos se posaron en mi rostro y su sonrisa iluminó mi alma. Aunque no lo sabía hasta ahora, en el que la realidad se impone al Sueño, en batalla incruenta, pues ya el muerto fue cobrado. En aquellos quince años.


La realidad impone su crudeza. Sin saber que la felicidad no está en ella. Es obvio que ajeno a ella me siento, y me sentí; es ofensa pensar, que aún en mi estado, quizá locura, pretendía yo la realidad inalcanzable, la corporeidad impensable, la carne intocable…

Aún en mi insignificancia, no lo pretendía. Yo. Aunque lo soñara.


El honor, la dicha, el pálpito sólo podía estar en la lucha, la esperanza, la ilusión, el azul. Ahora abandonada, rota, marchita, negra.


El correo, digo, insiste en la relajación del sentir y en la felicidad ajena.

Cúmplase. En la cobardía




Esta nota se encontró en el bolsillo de don Nicasio Pelades, el día que se encontró su cadáver flotando entre las olas del mar, más allá del Paseo Marítimo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

En la distancia

"Recibo, vía correo, la indicación de que al tiempo hay que dejarlo estar, que ya dirá.




Y la confianza en él y en el mar, que son viejos y sabios y sabrán.




No sé si hacer caso al consejo, pues si cierto que el tiempo pone las cosas en su lugar, y dicen que todo lo cura, no siempre el lugar de las cosas es el esperado o merecido. Y el mar, en fin, ese viejo canalla se muere entre residuos y motores fuera borda.




Es contestación elegante y discreta, como corresponde, a una inquisición mía sobre la ausencia y el silencio. Y la amistad y quizá el amor.




Palabras desacostumbradas y en mal uso, la amistad y el amor. Constantemente repetidas y recitadas, vanamente. Desprovistas por incapacidad del hombre actual de significado; sólo son los ropajes en que justificamos nuestros errores y sin sentir, el envoltorio de nuestra insignificancia, la cáscara sin la cual estamos desnudos, huérfanos de comprensión ante su profundidad y misterio.





De nuevo las palabras de don Nicasio Pelades, que vienen a mi memoria. En socorro nuestro, mitigando el desvarío de su ausencia.



Lejana ya. Pero cada día más presente. No consigo controlar los sueños.

martes, 1 de marzo de 2011

Revoluciones mínimas

Vuelvo a mi bar de todas las esquinas.




Merced a la crisis y a la desesperación, ya es escasamente el bar de los currelas. Pocos quedan, y los que hay, resignados a dejar de serlo en breves fechas o quizá próximos expedientes de regulación de empleo, palabras que hoy, en tiempos políticamente correctos y estúpidos, sustituyen a quedarse en la puta calle, como siempre se dijo y es natural.




Y encima, los pocos trabajadores que sobreviven a la lista del paro y al subsidio galopante, maldiciendo entre dientes y pasando frío si tal, sin poder acompañar su carajillo o el tercio de cerveza con el humo del Ducados o el Farias reglamentario; píldoras que antes calmaban las heridas del otrora currante español.




Muchos miran con un punto de envidia la televisión, que escupe noticias de revoluciones ajenas y derrocamientos varios, preguntando en voz alta si esa no es la solución, la sangre y la navaja.



El sufrido pueblo español, abotagado y estulto, tras décadas de mirar a otro lado, padeciendo insensateces y des-gobiernos, quizá nos sorprenda, pasándonos todos a cuchillo.




Sin respetar togas, sotanas ni armiños.



No sé. Será un sueño -¿malo?- o que me sentó mal el café.

Soledad

        Soledad. La calle solitaria acompaña mi vigilia húmeda de madrugada y deseo; te busco en todos los rostros te persigo en todos los c...