Vuelvo a mi bar de todas las esquinas.
Merced a la crisis y a la desesperación, ya es escasamente el bar de los currelas. Pocos quedan, y los que hay, resignados a dejar de serlo en breves fechas o quizá próximos expedientes de regulación de empleo, palabras que hoy, en tiempos políticamente correctos y estúpidos, sustituyen a quedarse en la puta calle, como siempre se dijo y es natural.
Y encima, los pocos trabajadores que sobreviven a la lista del paro y al subsidio galopante, maldiciendo entre dientes y pasando frío si tal, sin poder acompañar su carajillo o el tercio de cerveza con el humo del Ducados o el Farias reglamentario; píldoras que antes calmaban las heridas del otrora currante español.
Muchos miran con un punto de envidia la televisión, que escupe noticias de revoluciones ajenas y derrocamientos varios, preguntando en voz alta si esa no es la solución, la sangre y la navaja.
El sufrido pueblo español, abotagado y estulto, tras décadas de mirar a otro lado, padeciendo insensateces y des-gobiernos, quizá nos sorprenda, pasándonos todos a cuchillo.
Sin respetar togas, sotanas ni armiños.
No sé. Será un sueño -¿malo?- o que me sentó mal el café.
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