viernes, 4 de marzo de 2011

De la cobardía

El correo insiste en el desprecio y el abandono.


Al menos rompe el atronador silencio de estos días del invierno en el que muero. Un poco más, pues muerto estoy desde que sus ojos se posaron en mi rostro y su sonrisa iluminó mi alma. Aunque no lo sabía hasta ahora, en el que la realidad se impone al Sueño, en batalla incruenta, pues ya el muerto fue cobrado. En aquellos quince años.


La realidad impone su crudeza. Sin saber que la felicidad no está en ella. Es obvio que ajeno a ella me siento, y me sentí; es ofensa pensar, que aún en mi estado, quizá locura, pretendía yo la realidad inalcanzable, la corporeidad impensable, la carne intocable…

Aún en mi insignificancia, no lo pretendía. Yo. Aunque lo soñara.


El honor, la dicha, el pálpito sólo podía estar en la lucha, la esperanza, la ilusión, el azul. Ahora abandonada, rota, marchita, negra.


El correo, digo, insiste en la relajación del sentir y en la felicidad ajena.

Cúmplase. En la cobardía




Esta nota se encontró en el bolsillo de don Nicasio Pelades, el día que se encontró su cadáver flotando entre las olas del mar, más allá del Paseo Marítimo.

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