Es día extraño, el primero de noviembre.
Vuelvo a mi casa, que ya no es tal
más que en recuerdos vagos y viejos
extrañado de todos y de todo.
Pongo flores en la tumba de mi padre
hablándole tras el frío mármol y el olor de rosas,
en conversación pendiente
como tantas otras cosas.
Cruzo mi pecho de plata y remordimiento
esperando la otra vida en el miedo.
Paseo por las calles de mi niñez,
ocupada entre juegos y sueños;
busco mis pequeños recuerdos,
y me sorprendo encontrando pocos
perdidos entre juguetes y lecturas.
Irreales.
Miro los callejones de mis primeros besos,
los bares de las noches de bruma y sexo,
cuando olvidaba todo -vanamente-
en aquellos inviernos de instituto y despertar primero.
Aquellos lugares que, siendo míos,
debieron serlo nuestros.
El pequeño pueblo manchego,
casi murciano,
que en mi deambular tuvo que ser casa y cobijo - quizá la duda-
es ahora
ausencia y silencio.
Ausencia de recuerdos y afectividades
silencio de mi voz
que ya no clama allí
dónde tantas noches soñé, deseé, creí.
Día de los muertos, esos que me son tan cercanos
de fríos y solos
-poeta dixit-
...pero yo sigo caminando en carreteras de trueno y besando las rosas bajo la lluvia...
en su recuerdo.
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