Entre los papeles de don Nicasio,
aparece de nuevo una extraña carta, sin fecha.
En esta no hay rastro de
estampillas de censura, ni tampoco va firmada. Quizá solo fuera un borrador
salido de su mente enferma, o un texto no enviado escrito antes de su encierro.
En todo caso, no hay duda de su autoría,
más si se relaciona con las otras; y
casi me atrevería a decir que es, en efecto, de un tiempo anterior a todo su
caso y juicio. El comienzo de algo.
Las referencias a su amor, de tan
triste destino final, sigue poniendo la congoja en el alma y el nudo en el
estómago. A pesar de la atrocidad última, ¡qué difícil le debió resultar el
final para su alma atormentada!
Hela aquí:
“Cada héroe tiene su cronografía. Y el lugar de sus hazañas queda
marcado en los textos, jalones de su existencia y deambular. Fechas y
lugares que, con el tiempo, son mitologías para las generaciones futuras, a las
que vuelven para encontrar explicación a sus pequeñas historias; son el
refugio de sus miedos, la esperanza de sus sueños, la justificación de su forma
de ser.
Yo, como el Poeta, no soy un héroe. Mis armas y mis bagajes
siguen siendo limitados: unas palabras, un color de difícil rima,
lecturas, la timidez de un niño, el hastío de un hombre duro…
Pero tengo poderosos aliados. El mar viejo y sabio; el sueño intenso y
febril, la fe en una mirada, la desnudez proclamada de mi alma, la descarnada
sinceridad.
Y sin embargo, también tengo una cronología y un lugar de mis hazañas.
Estos pasados siete días de agosto ya el comienzo de mi pequeña
historia, el inicio de la vida tras la oscuridad y el silencio, el renacimiento
del palpitar para mi corazón.
Y tuvo que ser en el mar de los héroes legendarios, de la civilización
que llevo en las entrañas. En él vi por primera vez hace muchos años la razón
de la existencia, y a esa razón me aferré a mis quince años, convirtiéndola en
la materia de los sueños, la necesidad de mí respirar, la justificación del
combate que, aún perdido, daba sentido a todo.
Han pasado veintiséis años. Veintiséis inviernos fríos y duros.
Años de luchar contra el tiempo, de armar las razones y los sentires, de no
abandonarse a la locura y la desidia. Una vida no plena de un niño que
dejó de serlo y de un hombre que soñaba con el azul y el mar, atrapado entre
familias, compromisos, sueños ajenos, justificaciones vacuas,
inseguridades y miedos.
El antihéroe amputado, convencido de que el invierno de su vida era
perpetuo, y a él se habituaba, resignado.
Y en siete días de un mes de agosto, en la playa del viejo mar, el hombre ha vuelto a ser el niño de sus quince años, y el niño se ha
transformado en el héroe que soñaba en las noches estrelladas, caminando entre
olas y marejadas, imaginándose morir en el azul de su amada.
Al fin, renace. Y canta. Vuelve a soñar. Pero ahora el sueño no es
oscuro, ni enfermo, ni desvarío. Es luz, felicidad, dicha.
Y todo gracias a la ninfa de ojos azules que, tras veintiséis años,
sigue siendo la misma. La fe y la certeza de entonces hechas realidad. El niño
héroe está feliz, pues sólo él –creo- sabe quién es ella:
La belleza, la sabiduría, la hermosura, el mar, el intelecto, el sexo,
el deseo, el misterio, la alegría, la calma, la serenidad, el fuego…ella es la
mujer de los griegos, la amada de los héroes, la diosa de los romanos, el harén
de los árabes, la princesa de los caballeros. Ella es todas y cada una de
ellas, el motor de nuestra civilización, y lleva en su mirada toda la historia
de nuestro viejo mundo, que ahora nace de nuevo y hermoso en el corazón, en la
boca, en el cantar, de un pequeño héroe.
El es así por Ella. Y para Ella.
En la noche estrellada, oyendo el susurro del mar, el hombre piensa
estas cosas y las pone negro sobre blanco, torpe pero sinceramente, para
hacérselas llegar, junto a todo el sentir y agradecimiento”.
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