sábado, 23 de febrero de 2013

Bendito sea Dios y sus ángeles y arcángeles. Amén.

Al fin he parido esta historia que se me había atragantado y no se me ocurre otra cosa que comenzarla agradeciendo. Y como desde que el genio manco nos privó a todos de las mejores lineas que encabezando pueden convertir una historia en obra maestra, no que más remedio que hacer lo que se pueda y encomendarse. Quien sea o quien no, importa poco a efectos de los que sigue, imagínese el que en buenahora lea lo que quiera; lo que si es cierto es que he tenido conocimiento por mí y cuento de vista y de sapiencia, y no de oído. He dicho.

A lo largo de mi vida, ya larga e intensa por mor de los años que nos tocó vivir, compañero, siempre trabé conocimiento, amistad y compadreo con múltiples personajes, insólitos y extraños muchos, nauseabundos los menos, curiosos todos, pero ninguno como aquel que conocí cuando ya era ídolo caído y casi nadie hacia caso de él, vestigio de un pasado de otra vida, de otras especies y de otra forma de ser en este mundo que nos hiere y nos arremete sin que nos demos cuenta.

Al principio ni yo mismo daba crédito a lo que contaba, pero con el tiempo llegué a creer que todo lo que dijo de su vida y andanzas por el terreno patrio, aventuras como sacadas de novelas del Siglo de Oro, era cierto, como si don Nicasio fuera un personaje de Lope o de Quevedo, batiendose a diestro y siniestro, saliendo escamada de alcobas y lupanares, que él tan bien conocía.

La posguerra española fue dura. Muy dura; pues ya se sabe que de todas las guerras, la peor es la que sigue al armisticio y al silencio de los cañones. Y peor aún si esos cañones tronaban contra hermanos y compatriotas, porque entonces de nada sirve la paz, ya que el rencor y el odio se alimentan día a día con la convivencia de los vencidos y vencedores: los unas tratan de acabar definitivamente en la paz lo que casi consiguieron con las armas y los otros sólo esperan su oportunidad de muerte. Triste sino para los que viven una postguerra fraticida. Muchos de los que sintieron aquellos tiempos de penumbra y necesidad hubieran preferido que les descerrajan un tiro en Guadarrama o Belchite, y al menos sus viudas, hijos y parientes llevarían a orgullo su pasado heroico y su recuerdo de medallas al Mérito y demás con que premian a los que dan su vida para que otros lleven la gloria. Así no tendrían que preocuparse de llenar estómagos y acallar voces, hambrientos y exigentes cuando la necesidad aprieta.

Aquellos tiempos inclementes pusieron a prueba a muchos españolitos de a pie, de uno y otro bando, pues el hambre no distiguió ideologias cuando el país estaba despanzurrado y las ayudas extranjeras tardaban en llegar y escaseaban, que en eso si se les hizo tarde y no en venir a a colaborar en matarnos los unos a los otros; y surgieron infinidad de picaros y desarrapados que se las ingeniaban para llevarse algo a la boca, inventores de cacharros y trabajos extraordinarios, continuadores de aquellos héroes legendarios

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