De mis
lecturas, una explicación lógica y hermosa de mi veneración por el viejo mar.
La pluma
prodigiosa, elegante, precisa, inmortal de Joseph Conrad, en su imprescindible El Espejo del Mar. Recuerdos e Impresiones,
Editorial Reino de Redonda, en traducción del gran Javier Marías.
“Dichoso aquel que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para
viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo, el mar interior que los
antiguos encontraban tan inmenso y tan lleno de prodigios…
…El tenebroso y tremebundo mar de las andanzas del astuto Ulises,
agitado por la cólera de los dioses olímpicos, que albergaba en sus islas la
furia de extraños monstruos y los ardides de extrañas mujeres; la ruta de los
héroes y los sabios, los guerreros, los piratas y los santos; el mar cotidiano
de los mercaderes cartagineses y el lago de recreo de los césares romanos,
reclama para sí la veneración de todo marino en tanto que patria histórica de
ese espíritu de abierto desafío a los grandes mares de la tierra que es el alma
misma de su vocación.”
El
viejo mar, ese sabio que es la cuna de la civilización, el espejo de la
historia, el reflejo de la hermosura y
la belleza que los hombres somos capaces de crear, pero también la tumba de los
héroes, la sepultura de tantos sueños.
El hogar
nuestro, en fin. La explicación de nuestro existir, la razón de la vida. Una al
menos. Y no la menos válida. Creo.
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