jueves, 21 de noviembre de 2013

Escena y 5

En mi nuevo bar de todas las esquinas todo es aséptico, pulcro, acero y vidrio templado, y luces tenues no por insuficientes si no por esnobismo y premeditación.

Todo rezuma esa postmodernidad imprecisa impuesta por diseñadores de interior y falta de historia.

Incluso la camarera es etérea, diríase de plástico fino como en la vieja canción, que deambula sigilosa entre las mesas como holograma ilusorio e irreal. Silenciosa.

Pese a la proximidad del mar, que se extiende a escasos metros, más allá de los ventanales, no hay olor a yodo ni a sal; y los sempiternos tercios de cerveza, carajillos y copas de coñac del currante español son desconocidos por aquí. La clientela que llena las escasas mesas y la barra de diseño casa más con el Martini y el café expreso de conocida marca anunciada por donjuanes cinematográficos y divas del celuloide. Aquí sería difícil cantar una balada semejante a la que imaginé en otro bar de todas las esquinas, donde resonaba la vida despertándose de madrugada, entre olor a sudor, fritanga y humo de tabaco negro, con la melodía apasionante de las risas de camareras rotundas, los chistes subidos de tono de los clientes en la hora del desayuno o almuerzo, la banda sonora del vendedor de los cupones y los inmigrantes antes del manteo, la sonrisa desdentada del politoxicómano de turno, el Traca o quién aún sobreviva, el pálpito de un barrio de cualquiera de nuestras ciudades.

He cambiado atraído por mi querencia a mirar la mar en mis momentos de asueto, antes de la jornada laboral o cumplida ésta, y no tengo muy claro si gané en el cambio. Aquí es todo más cómodo, supongo que mejor en calidad, de nivel superior. Pero me temo que también y por eso, más irreal, lejano. El paisanaje gasta las mismas caras apesadumbradas y meditabundas, pero con un punto de resignación y derrota que no encontraba allá, donde también la ruina moral y la incertidumbre se asomaban sin pudor, pero que era afrontada con un hálito  de esperanza, con una comunidad cierta hecha a base de las mismas necesidades y sueños. Una fraternidad ahormada por el humo, el tajo, las risas,  los mismos o parecidos problemas, idénticas ilusiones.


Son tiempos difíciles, en todos los bares de nuestras esquinas. Yo fumo mi pipa, me aferro al folio en blanco, y sueño también con otros paisajes, que por fuerza serán también nuestros si el Fondo Monetario Internacional y la revolución pendiente no lo impiden. O tal vez a su pesar.



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