En mi nuevo bar de todas las
esquinas todo es aséptico, pulcro, acero y vidrio templado, y luces tenues no
por insuficientes si no por esnobismo y premeditación.
Todo rezuma esa postmodernidad
imprecisa impuesta por diseñadores de interior y falta de historia.
Incluso la camarera es etérea, diríase
de plástico fino como en la vieja canción, que deambula sigilosa entre las
mesas como holograma ilusorio e irreal. Silenciosa.
Pese a la proximidad del mar, que
se extiende a escasos metros, más allá de los ventanales, no hay olor a yodo ni
a sal; y los sempiternos tercios de cerveza, carajillos y copas de coñac del currante
español son desconocidos por aquí. La clientela que llena las escasas mesas y
la barra de diseño casa más con el Martini y el café expreso de conocida marca
anunciada por donjuanes cinematográficos y divas del celuloide. Aquí sería difícil
cantar una balada semejante a la que imaginé en otro bar de todas las esquinas,
donde resonaba la vida despertándose de madrugada, entre olor a sudor, fritanga
y humo de tabaco negro, con la melodía apasionante de las risas de camareras
rotundas, los chistes subidos de tono de los clientes en la hora del desayuno o
almuerzo, la banda sonora del vendedor de los cupones y los inmigrantes antes
del manteo, la sonrisa desdentada del politoxicómano de turno, el Traca o quién
aún sobreviva, el pálpito de un barrio de cualquiera de nuestras ciudades.
He cambiado atraído por mi
querencia a mirar la mar en mis momentos de asueto, antes de la jornada laboral
o cumplida ésta, y no tengo muy claro si gané en el cambio. Aquí es todo más
cómodo, supongo que mejor en calidad, de nivel superior. Pero me temo que
también y por eso, más irreal, lejano. El paisanaje gasta las mismas caras
apesadumbradas y meditabundas, pero con un punto de resignación y derrota que
no encontraba allá, donde también la ruina moral y la incertidumbre se asomaban
sin pudor, pero que era afrontada con un hálito de esperanza, con una comunidad cierta hecha
a base de las mismas necesidades y sueños. Una fraternidad ahormada por el
humo, el tajo, las risas, los mismos o
parecidos problemas, idénticas ilusiones.
Son tiempos difíciles, en todos
los bares de nuestras esquinas. Yo fumo mi pipa, me aferro al folio en blanco,
y sueño también con otros paisajes, que por fuerza serán también nuestros si el
Fondo Monetario Internacional y la revolución pendiente no lo impiden. O tal
vez a su pesar.
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