Otra tarde en mi bar de todas las esquinas.
Compartiendo frío y café con los
escasos parroquianos; afuera el viento arrecia, y la lluvia cae en minúsculas
gotas, como llorando sin querer.
La niña a mi lado merienda y ríe
y descubre sus pequeñas cosas, en un despertar a la vida en el que todo es
nuevo y bueno y azul.
La miro y sonríe, con la pureza
inmaculada de sus pocos años, acompañándome en otra tarde gris y monótona, en
el día a día de la ciudad. Habla rápido, atropelladamente, y sé por ello que
está contenta y feliz, y me cuenta sus aventuras del colegio, los juegos con su
hermana, las ocurrencias de los compañeros, la curiosidad de las primeras
lecturas…
Lento transcurrir de la vida, esa
con la que procuro congraciarme en el humo, en el verso, en la dulce sonrisa de
mis hijas.
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