jueves, 4 de febrero de 2016

Paseo

Lluvia en la ciudad de invierno, calles solitarias y melancólicas. Vestida de colores grises y silencio. Furtivos paseantes solitarios, llora el cielo. La vida se repliega en cafés y hogares, lucen escasos paraguas y abrigos. Lenta tarde de plomo y abandonada.

Arropado por el sombrero y la pipa, humeando tabaco claustral y antiguo, camino y pienso.

Deambulo sin rumbo por aceras y parques,  otro tanto por pensamientos y sentires.

Abandonado. Los árboles desnudos, la luz de los escaparates que reflejan mi anacrónica imagen, los sonidos de los bares de todas nuestras esquinas, el  triste quiosco en el que ojeo la prensa diaria. Es la compañía en el paseo de invierno. Soledad.

Momentos propicios para la reflexión, esta época de zozobra nacional, también personal, de alarde por lo hecho, de sueños por venir. Días de incertidumbres.

Camino con paso incierto por mi cuarta década, a medio cumplir. Dejo atrás amigos perdidos, trabajos soñados y lejanos, fracasos académicos, enemigos olvidados, amantes insatisfechas, otras imposibles, muertos varios, infancia feliz, una adolescencia anodina y quizá perdida…

Con el rostro mojado, mezcla de lágrimas y lluvia. Otro invierno más, otro año más.

Y miro al frente.

Camino por aceras y parques, una tarde de invierno en la ciudad.

A ratos triste, a ratos insatisfecho, pero sé que aún tengo la limpia mirada de dos niñas por acompañar, la pura vida de sus risas; tal vez el amor de una mujer, los libros por leer, los pequeños versos por escribir, el eterno azul de la mar…

Hombre solitario y soñador,  que deambula bajo la lluvia.








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