jueves, 7 de abril de 2016

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Otra carta extraída al azar de los papeles de Don Nicasio; cronológicamente dificil de fechar, pues los datos de localización son imprecisos; muchas navegaciones hubo por mares lejanos, por océanos imprecisos; además, la imagen de su amada aún no le deterioraba el seso hasta el punto de la locura postrera, pues  alentaba, o se alegraba -o al menos mentía sobre ello- de su vida ajena a él y a su mundo. Hela aquí:


"Navegando en el confín del mundo, lejano y solitario lugar quizá aún no hollado por derroteros ni crujías, recibo las últimas noticias suyas, que serán ya pasadas y caducas, pese al radiotelégrafo y las ondas que las traen hasta aquí, repetidas por estaciones, barcos y apostaderos, desde su tierra de acogida, allá en la vieja Europa.

Señora,
me dicen las palabras traducidas del morse – el radio es compañero de navegaciones antiguas y tiene instrucciones mías de preguntar a todo barco, estación o antena que cruce en nuestro horizonte- que se encuentra usted de viaje de estudios, disfrutando de jóvenes compañías, ampliando sus horizontes, contemplando y admirando bellezas arquitectónicas, descansando de su vida diaria y  laboral. En una ociosidad merecida.

Pese a que la imagino rodeada de admiradores, requerida en conversaciones y bailes, cuando no alcobas y desayunos, hago votos por que se encuentre disfrutando de su mundo, ese que la condujo lejos de mí, y ruégole  a los dioses que la cuiden y mimen como me gustaría hacerlo a mí. Algunas escenas que imagino no hacen más que hervir mi sangre y mis vísceras,  y si tuviera ocasión gritaría y pelearía y mataría, pero la distancia, sino sensatez, al menos proporciona calma a mi alma y desvarío.

¡Tanto tiempo hace que la vi por última vez, hermosa de sol y mar!

Su imagen difusa, que la vieja fotografía que sirve para marcar las páginas de mis lecturas agotando mis ojos antes de la duermevela no consigue aclarar y definir, me persigue todavía, a todas horas. Como antaño cuanto la veía todos los días, y oía su risa clara, y miraba el mundo reflejado en sus ojos de mar, esos que de tanto mirar me abocaron a la navegación y me hicieron amarla, desearla y admirarla por siempre.

En esa eternidad que es mi vida: usted.

Espero, como le digo, que siga feliz; de viaje o en su hogar, siempre feliz y dichosa. Y los sinsabores de su vida sean para mí, que la guardo desde este confín del mundo en el que navego estos días luminosos de la primavera austral.

Aunque le confieso que a veces también me gustaría morderla, amarla, sentirla vibrar, romper todos los tabúes -¿aún los tiene?-, verla llorar de placer o dolor o éxtasis…

Pero sé que no seré yo quien la vea así, en las madrugadas de amor y desvarío, que pese a todo, deseo que las tenga. Debo ser el único enamorado que no quiere aquello de para mí o para nadie, de tanto como la quiero, admiro y cuido.

Siendo estos párrafos descarnados y sinceros. Quizá los escribo sabiendo que no llegaran a sus oídos; que son desahogo triste y patético, ni siquiera bien escritos, o simplemente vomitados por el alma atormentada de un mínimo hombre, errante en un mar cualquiera…

Cuídese señora. Vuelvo al mar y a las estrellas, vulgares sustitutos suyos, pero ciertos."





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