lunes, 13 de octubre de 2008

Venecia


El vuelo de Alitalia, en un algo vetusto McDonell Douglas, largo y estrecho, despegó a su hora, y tras una breve escala en Roma, aterrizamos en el Marco Polo con una puntualidad casi británica. Llegamos en coche hasta el Piazzale Roma, lugar de destino de autobuses, coches y demás en la isla de Venecia. A partir de aquí, ya se sabe,medio acuático. La primera experiencia con los vaporetos es buena: sólo esperamos unos minutos y en tres paradas, estamos a los pies del Puente de Rialto. ¡ Increíble y hermoso!. ¡Y lleno de gente!. Tenemos el hotel a escasos metros, entre Rialto y la Plaza de San Marcos; el Palace Bonvecchiati , un cuatro estrellas funcional y moderno, con embarcadero propio a un canal pequeño y perfectamente situado. Después de instalarnos, nos vamos a la calle: a patear Venecia. El sestieri -barrio-, de la Santa Croce, pasando por Rialto, es menos turístico, pero igualmente fascinante; para comer nos sentamos en un restaurante de campo San Casiano, y después de un parmesano con unos tomates pequeños, que llamamos baby en España, comemos una pasta exquisita con gambas enormes. Suena música de los crooners americanos cantando baladas italianas, Dean Martín y sus colegas Sinatra y demás...a las que el camarero acompaña con buena voz...un ambiente agradable. Después de la comida, por Rialto de nuevo, vamos a ver por primera vez San Marco: increíblemente hermosa la Basílica y la Plaza espectacular -dijo Napoleón que era el salón de Europa y la verdad es que no le faltaba razón-. Con la bruma del mar tiene ahora un poco de irreal, como un hermoso sueño, emergiendo de la laguna veneciana.

La Basílica de San Marcos, a primera hora de la mañana, a la espera de las riadas de turistas, está tranquila y se visita tranquilamente: si impresionante es por fuera, algo pequeña -con referencia a las grandes catedrales españolas -, pero muy hermosa, más lo es por dentro: lujo, lujo y lujo; ¡qué techos de pan de oro y que baldaquino más bonito!. El tesoro está muy bien, pero lo que es increíble es la Pala de Oro, puro pasmo. El altar con los restos del apóstol evangelista contrasta por su sencillez. En el museo de la planta de arriba, L. se enamora de los famosos caballos, que realmente llaman la atención una vez que se piensa en su época del siglo II, y la vista desde arriba es llamativa: la Plaza con el café Florian y sus sillas milimétricas, el mar al fondo, el reloj articulado de los moros...
Sin resistirnos, nos fotografiamos con las palomas, una foto turística pero necesaria. Y subimos al Campanile, con la fortuna que repican las campanas encima de nuestras cabezas, toneladas de hierro bailando y rugiendo. Bordeando el Gran Canal sin cruzar el Rialto, nos marchamos a visitar los restos de Santa Lucia, que se conservan en la Iglesia de San Geremia, con el cuerpo incorrupto de la santa; recorremos este sestieri de Venecia, el Cannaregio, menos turístico, y nos detenemos a comer al lado de una canal grande, casi al borde norte de la Isla: la tratoria se llama De los Tres Arcos, porque está al lado de un puente muy curioso de ladrillos con tres arcos que cruza el canal.

Cruzamos el Gran Canal por el Puente de los Scalzi, y callejear por la Santa Croce hasta Rialto. Tiendas pequeñas, callejuelas y canales, puentecitos, ¡ qué hermosa Venecia!. A cada momento nos asomamos para ver los Palazzos que se reflejan en el agua, y en la Scuola Grande de San Rocco, edificio espectacular, vemos una colección impresionante de pintura de Tintoretto, entre ellos la famosa Crucifixión; y para admirar la pintura de los techos te proveen de unos cristales de aumentos, por lo que las salas ofrecen imagenes curiosas de gente como mirandose en espejos. Un poco más adelante intercambiamos unas palabras con un joven que tiene una mesa de recogida de firmas para pedir al Comune -al alcalde vamos-, un espacio para crear un museo dedicado a Hugo Pratt y su Corto Maltes, tan vinculados a Venecia. Firmé, claro, dejando constancia de mi admiración por el personaje...El Rialto estaba lleno a estas horas, la vista del Gran Canal desde el mismo es hermosa, vaporetos, taxis acuáticos, góndolas...

Nos dejamos caer de nuevo en la Plaza de San Marco, para cumplir un rito que tenía largo tiempo en mente: tomar un capuchino en el Florian, el más bello café del mundo, según los venecianos y reza su publicidad. Es toda una institución, con sus camareros uniformados y tan profesionales, su delicia de orquesta, sus techos pintados...un café de otra época, aunque con los precios más actuales y caros de Europa. Pero merece la pena ver transcurrir el tiempo tras sus cristales, o sentado en su terraza. Una parada en el hotel para descansar y preparar la cena, con cita en el Londra Palace, el restaurante del hotel homónimo, a las ocho y media. Los italianos cenan pronto, al menos los venecianos: raro para ser también mediterráneos, aunque Centro Europa está ahí al lado, a tiro de piedra. Una cena deliciosa, con unos antipasti típicamente venecianos y una pasta increíble, con pato y sepias de la laguna. Y un paseo romántico hasta el Harry´s Bar, otra institución en Venecia, para tomar un negroni, abarrotado de turistas. La ciudad por la noche, con el acqua alta, queda practicamente vacía, pues las riadas de turistas suelen dormir fuera, en el continente, y es un lujo pasear de noche por estas calles y puentes, algo irreal, pues por mucho que se lea o vea en películas o televisión, Venecia es tan distinta y especial, que hasta que no se pisan sus calles no puedes hacerte una idea precisa de esta ciudad. Y además, una ciudad muy segura, pese al turismo de masas que por horas la invaden. Y los venecianos viven resignados a compartir su maravilla siquiera unas horas, sabiendo que la eternidad los acompaña...acariciando los gatos inmortales que deambulan ronroneando por las esquinas.

El Palacio Ducal, con su fachada de mármol blanco y rosa, con el reflejo de la laguna, es el otro gran edificio que conforma la Plaza de San Marcos, junto con la Basílica y el edificio de las Procuradurías. Si el exterior es impactante, el interior es sorprendente: un patio grandioso, unas escaleras llamadas de los Gigantes por las que se accede al piso de arriba, a través de la famosa escalera de oro, y luego salas y salas a cual más lujosa, hasta la Sala del Gran Consejo: un espacio de casi cincuenta metros sin columnas y con los techos y las paredes pintadas por Tintoretto, que es espectacular. Debe ser una de las salas civiles más grande de Europa. Aquí está el famoso Paraíso. Y tienen una armería muy completa, reflejo del pasado militar -y de pillaje claro- de la ciudad. Y las Prisiones, que situadas en un lateral del Palacio, conectadas por el Puente de los Suspiros, que se atraviesa para luego descender hasta los calabozos: impresionan, de lúgubres, pequeños, húmedos...tremendo cautiverio. Parece mentira que Casanova consiguiera escaparse de aquí. Tras la visita, que es exhaustiva del Palacio Ducal, nos encaminamos al Dorsoduro, el barrio sur de la isla, al que llegamos tras atravesar el Puente de la Academia, de madera, completando así los tres puentes que cruzan el Gran Canal. Recorremos el barrio hasta la Iglesia de Santa María de la Salute y la Academia, otras dos maravillas venecianas.

De regreso tras la comida, en una tratoria muy veneciana llamada la Dona Onesta, volvemos por Rialto, en caminata que nos encamina hasta conocer la Fenice, el gran teatro veneciano, ahora restaurado tras su incendio, y nos aprestamos para cumplir con otro rito en la ciudad: el paseo en góndola. Antes nos sentamos a descansar en campo San Stefano, en la heladería Paolin, con los que dicen los mejores helados de la ciudad, y eso en Italia es decir mucho. La góndola, tras negociación con el gondolero, nos descubre pequeños canales; es muy hablador, chapurreando el español nos indica la casa de Marco Polo y de Casanova, en unas calles sólo accesibles con barco. Y nos desemboca en el Gran Canal, al lado de Rialto. El movimiento en el canal impresiona: barcos, vaporetos, taxis, más góndolas... el paseo permite descubrir la ciudad desde otra perspectiva.
El barrio del Arsenal , es quizá el que conserve todavía el sabor más autentico y verdadero de Venecia, más ajeno al turismo que a ratos invade la ciudad. Calles más estrechas, canales aun más retorcidos, puentes por doquier...pero nuestra última imagen es la de una Plaza de San Marcos en la que por primera vez vemos salir el agua por los sumideros, pues parece que la marea nos despide más alta de lo normal. Están puestas la famosas pasarelas y es llamativo ver el agua a borbotones; con el acqua alta y la noche, la ciudad parece otra, más cautivadora y enigmática. Y siendo única, la noche la hace aún más especial, con algo de irreal que atrae, durmiendo mecida por las olas de los canales y la laguna véneta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Soledad

        Soledad. La calle solitaria acompaña mi vigilia húmeda de madrugada y deseo; te busco en todos los rostros te persigo en todos los c...