viernes, 12 de diciembre de 2008

Dios no existe -revisited-

Estas lineas estaban escritas en el año 1994, y las dejo aquí ahora, corregidas en parte, porque esta semana revivi parte de las sensaciones que creía olvidadas.





He de principiar advirtiendo a quien en buenahora pudiera leer estas lineas que las palabras que les dan titulo no son principio, dogma. Nada más lejos de la intención del escribiente; y aunque lo fuera, no está éste investido de mesianismo o autoridad necesario para que así sea. Ni lo pretende, claro es. Simplemente reflejo de un sentimiento actual, de una aptitud mental legitima y legitimada que, sin duda, podría suscribir cualquiera a lo largo de la vida en muchas ocasiones. Es claro que la postura u opinión contraria -pues en tema espiritual sólo se tienen opiniones o sensaciones, nunca certezas -, también puede normalmente ser asumida y defendida hasta la vehemencia. Pero no es el caso. Y no lo es porque creo que ante circunstancias de la vida, adversas o no, no hay que permanecer invariables e inamovibles, como si ya nada de lo que ocurre puede determinarnos a replantear cuestiones que afectan a lo profundo de nuestro ser. Hay que reaccionar, cambiar pensamientos o al menos ponerlos en duda y crítica, para así, o salir definitivamente del nuestro error o reafirmar más nuestras convicciones. Y yo lo he hecho.

Me niego a que la muerte de mi padre no signifique nada dentro de mí, de mi forma de ver el mundo y de entender la naturaleza del hombre. Es un hecho tan transcendental -más en el emotivo, pero también porque no reconocerlo, en el material y mundano- que sin remedio se ha de reaccionar ante él si se es hombre. Homo sunt ergo...

Y supongo que esta reacción llega del lado más débil de mi naturaleza, esto es, la fe. O tal vez del más fuerte, la creencia en la razón como instrumento y elemento consustancial e innato del hombre para resolver sus dudas y anhelos. Ahora pienso, y siento -no creo porque creer es tener fe en algo- que Dios no puede existir, o al menos en el sentido misericorde y bondadoso que se nos muestra en la conciencia católica en la que fui educado y embebido: ningún Dios misericorde y bondadoso hubiese dejado morir a mi padre sin cumplir su mayor deseo: compartir la vida con su familia. Un hombre que orientó buena parte de su existencia a procurarnos felicidad, bienestar y seguridad; que no hizo daño a nadie y sí procuró el bien de muchos; que creía, que tenía fe en ese Dios misericorde y que era en esencia algo tan simple y tan grande al mismo tiempo como ser un hombre bueno, ¿no debía, en estricta justicia, ver cumplido al menos su sueño? ¿Por qué se le negó, y a nosotros con él, una vida feliz después de tanto sacrificio?.
No hay respuestas desde la fe. Si las hay desde la razón y son terribles: mi padre murió de cáncer, simplemente, y no cabía apelar a instancias superiores porque esas instancias superiores no existen. La vida es lo único seguro. Y yo, que presencié la muerte de mi padre, el último instante de vida, el rigor mortis de los médicos, a mi me pareció la última esperanza de un cuerpo por aferrarse a aquello seguro que tiene: la vida aquí, entre los vivos.
Se podrá decir en favor de la negación del titulo de estas lineas que todas o casi todas las civilizaciones buscan refugio en un ser superior, pero ésto lo único que prueba no es la existencia de algo superior sino el que los hombres necesitan una creación, quizá para justificarse o para aguantarse a sí mismos.
El único motivo que me impulsaría hoy a creer es la esperanza de volver a ver a mi padre, pero ni aún así.

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