martes, 2 de diciembre de 2008

Tirando esgrima

Aunque puede parecer curioso o cuanto menos inusual, o quizá inmoral, no sé, confieso que he tratado de buscar el auxilio necesario para llenar este post que ahora el lector tiene ante sí en el fondo de un plato de natillas con canela que encontré en la cocina de casa, sabedor que si la musa me abandonaba la inspiración, por mor de la ídem de la cocinera, al menos quedaría saciado y contento. ¡Qué le vamos a hacer!.


A veces eso de la literatura, las palabras y el espíritu es más prosaico que otra cosa, y puede inspirar más un buen chuletón de Ávila o un morteruelo, el vislumbre de una moza de buen ver o una siesta pijama, padrenuestro y orinal -que diría el Nobel-, que el socorrido perfume de las flores, el anhelo de la amada y otras elucubraciones. Las musas son caprichosas y por lo demás, dadas a pocas razones. De todos es sabido que algunos genios literatos recurrieron en tiempos a las inspiraciones psicotrópicas y estupefacientes, o combatieron su abandono con iguales medios, pero yo siempre preferí un martini-vodka o un ribera del Duero, que todo lo más y pasándose, obligan a dormirla y a otra cosa. Siento defraudar al progresío y demás, pero todas esas historias, amén de peligrosas, siempre me parecieron estúpidas y autolimitantes. ¡ Para qué queremos la imaginación sino para estimularla, sin ayudas extrasensitivas!.
Lo cierto es que a menudo las ideas se escapan antes de aprehenderlas y revolotean hirientes y juguetonas y no dejan a uno la tranquilidad y el sosiego necesarios para plasmarlas o liquidarlas, pero para esos están la técnica, la gramática, la ortografía y las demás asignaturas de las filologías.
Además de la experiencia del escribiente y su indecencia para no contar nada de aquello que se esperaba. Es el caso, claro. ¡Ah, y estaban buenísimas!

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