miércoles, 6 de mayo de 2009

La perezosa sílaba

He recibido un mensaje electrónico de mi mujer en el que se me remite, después de leer el último post hablando de mi amigo del psiquiátrico y su perrillo, una queja, siquiera pequeña y cariñosa, por no ser la destinataria de mis cartas y palabras como antaño, en época de noviazgo e invierno, y por ocuparme vía electrónica de mis amigos y ocurrencias y no de ella, epistolarmente hablando.
Me sorprende su iniciativa, pues utiliza el ciberespacio para mandarme sus diatribas, a pesar de que compartimos diariamente mesa, mantel y manta, sabedora como es de mis ineptitudes tecnológicas, pues dejo aquí mis cosas casi por inercia y desahogo más que por habilidad. Noto en su mensaje un poco de decepción y algo de añoranza y dice que, en este tema, he pasado de la abundante prosa a la perezosa sílaba. Cierto es que fui, y quizá soy, más dado a escribir que hablar, y creo que puedo expresar mejor mis sensaciones y sentimientos con un texto que con un parlamento; soy hombre más reflexivo que activo, y de novios utilicé mucho el Servicio de Correos para hacerle llegar mis expectativas y esperanzas. Aun conserva, como romántica empedernida, una caja llena de mis cartas, mohosas y acartonadas sin duda, que yo no sé si me atrevería hoy a releer, no por vergüenza de lo dicho, que se mantiene tal cual, sino por la forma en que fue dicho, pues de joven pequé mucho de impetuoso y directo con las palabras; aunque quizá el amor requiere verbo fácil y crudo, y a ratos irreverente, más en la distancia temporal y kilométrica del opositor.
Tal vez uno de estos días, como desagravio innecesario, le proponga una lectura reposada de aquellas palabras, o le recite viva voz los poemas que me inspiró como a todo enamorado, y, si la risa nos deja, reviviremos unos instantes aquellos sentimientos transformados y comprenda lo importante que sigue siendo en mi vida, aun con la sílaba perezosa o distraída. Sirva este post de desquite. O sea.

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