Como en cada uno de los bares de todas nuestras esquinas.
Porque en todos rumia la vida y aguanta la crisis, que para él es perpetua y piel. En mi bar de todas nuestras esquinas se hace llamar El Traca, apodo un tanto burlón, pues viéndole debiera ser pretérito o ex, como tantas cosas en su vida. Supongo.
Pasada la cuarentena, con el sol, la mar y la sal marcados en el rostro y en la mirada. La eterna colilla de Camel en los labios, y el botellín del tercio de cerveza en la barra. La voz cavernosa del coñac, el cigarro y la noche, que truena haciéndose oír en todas las conversaciones y en todas las bromas que revolotean por el local. La risa franca, algo estúpida y fácil, y la boca desdentada que escupe blasfemias y piropos.
La chaqueta verde oliva, y los vaqueros gastados impuestos por el uso y no la moda. El pelo cada mes de un color, cuando el agua oxigenada pierde efecto y el barbero exige pago. El aro de la oreja o quizá el crucifijo de la madre, y los brazos escuálidos y venosos, mitad cuartel y mitad cárcel, en los que asombran los tatuajes burdos y sentidos.
Pronto siempre a la anécdota del Tercio o del maco, de la obra o del temporal, al recuerdo de una fulana y aún de la madre que los sacó adelante, antes de perderse en el camino. Excaballero legionario, exconvicto a ratos, pescador y jornalero cuando el hambre aprieta, toxicómano plural siempre que le dejan.
Superviviente. De la reyerta, del caballo, de la locura, ajado por la lucha y el malvivir.
Y ahora, aún, aguantando estoico, entre bruma de cigarro, alcohol y demás, mientras pasa el siglo y el país...sonriendo a proclamas y eslóganes, estado de bienestar y cumbres internacionales, que ni comprende ni espera, mendigando copa o cigarro, únicos remedios que calman su ansia y alegran su dormir.
El Traca...quizá uno de los nuestros, mal que nos pese.
Esta entrada ha sido publicada tambien, ligeramente retocada en La pipa es el tiesto de las flores del humo, blog fumador y poético con el que a ratos colaboro.