martes, 19 de enero de 2010

...Churriquichicá...

A mi lado dos cuquilleros comentan lances y cacería, mientras saborean el café y el Ducados mañanero en el bar de todas nuestras esquinas. Para los no iniciados, cuquillero es, en terminología cinegética, el cazador de perdiz con reclamo macho, modalidad de caza tradicional y muy difundida en el levante y centro español, donde la perdiz roja es la reina del monte y la jara, que enseñorea el campo con su reclamo bravo y característico.
Y sonrío.
Porque provengo de una familia de cazadores, cuquilleros de abolengo y pasión. Yo no heredé la vena cinegética, pero mi padre fue cazador más de puesto y tanto que otra cosa, y mi hermano, cuando llega el celo de la patirroja, abandona quehaceres profesionales y domésticos, lanzándose al monte tras las perdices, cargado de reclamos y pertrechos. Un antepasado nuestro se ganó el jornal de furtivo en los campos, y supongo que de ahí la vena y el gen, en mí dormido como digo.
Su conversación me trae recuerdos de mañanas de invierno, de cafés y carajillos tempraneros, de escarcha, tomillo y pólvora, cuando acompañaba a mi padre a cazar; a horas de espera oyendo cantar al macho perdiz, aburrido, mientras él disfrutaba del rito atávico de la lucha y el territorio, del celo y de la especie, que en eso consiste el reclamo.
Y la sonrisa se acentúa cuando, una vez más, compruebo que, como todos los cazadores, mis compañeros de barra se deleitan tanto más en contarlo como en el lance.
Porque el hombre es sobre todo un animal cazador que no caza, o lo hace reglamentado y encorsetado, pero que aún sueña con la sangre, la víscera y la naturaleza, atrapado en hipotecas, horarios e Internet. Soñando con la libertad y el horizonte... Creo.

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