Antes del trabajo, ese bien y sustento
ahora escaso, mínimo, por estadísticas y retribuciones, sigo volviendo a mi bar
de todas las esquinas, al café y a la cotidianeidad.
Mas por alevosía, quizá querencia, que por satisfacción y
costumbre. Una y otra, satisfacción y costumbre, que muchos días no son más que
in- y mal-, prefijos de mi estado anímico
y mental. Y me temo que también de todo el paisanaje con el que comparto los
escasos momentos de olvido, humo furtivo e ilegal y carajillo, comentando la
lozanía de la camarera tras la barra o el último gol del estadio, mientras en
la pantalla plana del televisor treinta pulgadas, sobre nuestras cabezas
apesadumbradas y abochornadas, se escupen las noticias obscenas de corrupciones
varías, incluso regias, primas de riesgo incomprensibles, suicidas, recortes galopantes y cumbres
internacionales lejanas y pornográficas.
Me acompañan casi todos los días mis
humildes pipas, esas fieles compañeras, y las volutas del humo prohibido, que
en mi bar de todas las esquinas es furtivo e ilegal pero resistente, camino del
anacronismo y la estulticia. Unas y otro ayudan el día a día, y hacen pasable
jornadas y estaciones.
Los escasos parroquianos, cada vez más escasos en número y menos parroquianos en vecindad, sustituidos por
inmigrantes y rostros ajenos, compartimos desgana acodados en la barra, sueños
quebrados e imposibles, y miradas furtivas sobre escotes deseados y
pensamientos turbios, como la vida ahora nuestra, turbia, ajena e imposible, en
un baño de realidad difícil de aguantar, cuando todo ha menguado y es difícil de
aprehender, trabajo, ahorros, ilusión, esperanza.
Yo acaricio mis pipas y aguanto.
Pero pienso que tal vez sea tiempo de
patriotas y guillotinas.
Esta entrada ha sido publicada, gracias a la benevolencia de Tomas Bernhard -o Ralph- en el blog fumador y poético La pipa es el Tiesto de las Flores del Humo, con el que a veces colaboro. Por los resistentes.
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