miércoles, 14 de diciembre de 2011

Quinta carta de amor muerto


"Hoy, esta mañana, acabó el verano. Y con él todo.


Tras su visita, inesperada, la dejé, tras un abrazo que llevo en el alma, camino de su mar y de su vida. Y yo fui llorando al quehacer diario, a la reclusión y a la celda, (CENSURADO) con el alma un poco rota y un poco triste -o destrozada y ensombrecida de tristeza, superlativamente triste-. Se acabó para mi, otro año, como en aquellos otros de felicidad y compañía,  el tiempo del sol, el calor y el mar, esos que todos buscan y que yo sólo encontraba -encuentro-  en su mirar y en su sonrisa. Verano de escasos momentos, estación fugaz de mi vida y deambular; añoranza infinita y eterna de un tiempo detenido, pero que se escapa y que sólo tras un año de incertidumbre e invierno, quizá vuelva renovado e igual, si usted tiene a bien de nuevo la visita autorizada y prescrita. Ya sabe, con el poeta, hubo un tiempo de soles  y luces, en el que moríamos en invierno de fábricas e instituto...



Se acabó el verano esta mañana, y con él,  como antaño, el mirar todas las esquinas, el oír todas las risas, el oler todos los perfumes, por si fuera usted la que aparece e ilumina mi vida un momento; se acabaron las mariposas en el estomago por mirarme en el azul, preguntando en silencio si todo es igual o fue un sueño; si la mirada suya tan hermosa, tan clara, tan azul, tan increíble...es cierto que es quizá un instante sólo para mi, y si a través de ella pueda comprender Señora, y sentir, este alma mía. Tan poca cosa, tan pequeña, tan insignificante, tan vulgar, pero que vive por usted y en usted.


Esta carta, cuando acabó hoy el verano para mí, y tal vez la vida,  quizá este saliendo un poco triste, melancólica. Muy mía en fin.



Y sin embargo, cuando rememoro el abrazo suyo,  su postrer sonrisa, y su última caricia -siento mi parquedad, y la maldigo, pues tuvieron que ser mi abrazo, mis sonrisas y mis caricias, enormes, deseadas, soñadas, eternas-, soy feliz. Incrédulamente feliz señora. Sigo sin creer que La Mujer con quién suspiran todos, que lleva en su mirar la belleza y los siglos, la sabiduría del Mediterráneo y la luz del despertar, pueda dedicarme un susurro, una mirada, un suspiro.



Y me esfuerzo en esa creencia, que es todo mi credo y toda mi fe. Esperanza se llama. 


No sé, cuando escribo esto, si de nuevo la veré, y al mar a traves de sus ojos, que hablaran en los míos un instante detenido. Si es así, le digo ahora, señora, para entonces, gracias. No se me ocurre otra cosa que agradecerle la vida; la que usted hace que sienta e insista. 



Pese a la culpa, el remordimiento, la culpa y (el electrochoque.) CENSURADO.

Gracias, el día que acabó de nuevo el verano, y todo,  esperando ya impaciente el próximo, y todo."

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