miércoles, 7 de diciembre de 2011

Segunda Carta de amor muerto


Esta mañana, el cartero, un tanto sorprendido, me ha traído, junto con la correspondencia ordinaria, doméstica y laboral, un sobre ajado, maltrecho.  

Saltándose el procedimiento, me comenta que en el recuento y alarde que se han visto obligados a efectuar antes de la posible privatización del Servicio, encontraron entre los montones de cartas y paquetes no retornados, por imposibilidad o malfunción, a sus remitentes, unos paquetes que fueron enviados hace tiempo desde el psiquiátrico de Alicante.

Advertido por uno de sus compañeros más viejos, a punto de la jubilación, cree que debo ser yo quién los tenga, y no la incineradora. 

Dejo que me los entregue sin demasiados reparos ni objeciones, ni preguntas quizá innecesarias. Tal vez sea yo, sí, quién deba tenerlos y recordar. 

La primera carta, en papel amarillento y quebradizo por el tiempo y la humedad, en una letra menuda y elocuente, superando el silencio y tal vez el arrepentimiento, dice.

El bochorno derrite el asfalto y las ideas.
 El aire irrespirable casi ni trae olor a mar, mientras cantan por doquier las chicharras y el olvido.


Estoy deshaciéndome sobre la pluma y el folio, burdo sustituto suyo ahora también en las tardes  y noches de fuego. Instrumento al que miro con recelo todavía, pero que le lleva estas cosas mías, y a veces, cual botella, me trae algunas letras suyas, cuando supera miedo - ¿aún Señora?-  y desgana. Espero que no dejadez y desidia, temores míos del invierno y la cotidianidad.


Estoy, como le digo, deshaciéndome por el calor, el cansancio y el recuerdo. El calor hecho meteoro estos días por aquí, aumentado y avasallador; el cansancio del quehacer y el juego, que hacen el final del verano aún más difícil; y el recuerdo de unos momentos inolvidables, mínimos, en el roce de una mano y una mirada, en el deseo de un abrazo y un sueño, muchas noches quizá pesadilla y lujuria. 


Escapando de la mirada de cuidadores y prescripciones, en osadía inusitada y extraña, la otra noche, saltando, fui al mar, al bautismo nocturno de relajación y soledad. A pensar en usted, más y mejor dentro del Mediterráneo, por si el viejo y sabio quisiera un instante hacerme sentir como él, cuando la tiene y la mece y la ama. Pero no, es amante celoso y se niega a compartir con el mortal su dicha y sus siglos, teniéndola mujer y amante y feliz. 
Yo me sumerjo, le hablo, le digo que yo la vi primero, y la amé antes que él, que le susurro su bondad y hermosura; que en el invierno de fría bruma extraña usted lo tiene a través de mis humildes palabras, y mis sinceros sentimientos, y así otro año más, quizá, la tenga y la reciba. Pero es perro y diablo, sólo consigo su burla y su risa, en mi bautismo nocturno de soledad  y relajación. Es difícil luchar contra el tiempo, la sabiduría y la historia. 
Pero me place hacerlo, aún en la derrota, esa fiel compañera de mi vida.


No sé si cuando lea estas cosas que le escribo negro sobre blanco, -a veces subidas de tono, o pensadas y escritas a borbotones, como la víscera herida y latente, cruda, pero a veces así de necesaria, cuando en el fuego me consumo y abandono buenas formas y quisiera arrastrarla y gritarla, y morderla y lamerla y..., dejando de lado ese hombre tímido, discreto, o así me veo,  para dar paso al hombre que necesita también decírselas en la distancia corta y directa del exabrupto, de la pasión y de la saliva-, andará ya lejos de la tierra nuestra, volviendo al trabajo y al olvido, a su casa.
En todo caso, helas aquí.
Nicasio Pelades.
Hospital Psiquiátrico Provincial
Alicante.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Soledad

        Soledad. La calle solitaria acompaña mi vigilia húmeda de madrugada y deseo; te busco en todos los rostros te persigo en todos los c...