El invierno, aunque meteoro
ausente gran parte de la estación, acompaña esta noche el humo con frío y
soledad.
Fumo mi pipa y miro la calle de
mi barrio, alumbrada escasamente por la tenue luz de la farola. El asfalto
brilla mojado de escarcha anticipada, que la madrugada hará hielo mudando el
gris plomizo en blanco quebradizo y
nuclear.
El tabaco denso, diríase incienso
y claustral, acompaña las reflexiones y los pensamientos.
Veo el humo perderse en el
cielo, buscando la libertad, después de dejar mi boca impregnada del sabor del
tiempo y el recuerdo. El tabaco
preferido rememora momentos
felices, lugares lejanos,
compañías anheladas.
El humo como temporizador de
recuerdos, como portador de nostalgia, como fedatario de momentos.
Recuerdos, nostalgias, momentos
que el humo nuevo y renovado, pero igual, nos trae a la compañía y a la mirada.
El humo como compañero fiel,
ahora, y en la boda del amigo, la mirada de la amante, el funeral del conocido.
En el relajo del trabajo, en la lectura
de la estrofa predilecta, rapsoda de tu felicidad.
Conexión con otro mundo, con
otros tiempos, con otras voces.
Las que resisten en cada una de sus volutas, nuestras, depositarias humildes de las vidas pasadas o las
por venir escasas.
Pero tristemente en la certeza de que son quizá las últimas, disueltas
poco a poco en el frío y la soledad.
Esta es la comunión extraña del
humo mío que es también, ojalá, el vuestro, una noche de invierno.
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