Suena en el transistor
la vieja canción
que bailabas
ausente ante mí
en tu sexy ropa
interior.
Creo que ahora
sólo usas ropa blanca
de feliz pudorosa
mujer casada.
Yo aún conservo
las flores marchitas
entre poemas casi
ilegibles que escribí
mezclando alcohol de supermercado
con
la saliva de tus orgasmos
en aquellas noches
sin fin.
Son versos
infames, sin rima
inspirados en tu
risa
y el crujir del
viejo colchón
de la vieja
habitación
del viejo motel
donde nos amamos.
Quizá los mande
publicar;
no ganaré el Adonais, eso está claro,
pero quizá
sean accésit de tu anhelado
corazón.
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