viernes, 16 de marzo de 2012

Novísima carta de amor muerto



Según ahondo en la búsqueda de la razón última –todavía no creo que fuera una- que llevó a Don Nicasio a su decisión final más perdido me encuentro.
Estos días de asueto vacacional me han permitido seguir leyendo sus papeles, correspondencia varía y escritos de los que soy involuntario depositario. Merced al celo de los funcionarios que le cuidaron y vigilaron, su número es llamativo. Y gracias a la postrera disfunción de la Administración penitenciaria, han llegado a mí sin sistemática alguna, pues presiento que fueron archivados sin demasiada atención. La abundancia del material que salía de su cabeza debió de pasar inadvertida en la vorágine administrativa, más aún tratándose de un asunto juzgado hacía mucho tiempo, o considerado desahogo que poco daño podía hacerle, que ninguna luz arrojaba sobre su persona y caso. Pese a ello, me sigue sorprendiendo su  buen estado y por momentos me sorprende la letra diminuta, la caligrafía imposible, el celo amanuense que me hace imaginarlo en la soledad de la celda, o el reposo de la habitación, sin más compañero que el papel y la estilográfica.
Sigo leyendo aspectos de su personalidad que desconocía. No fueron tenidos en cuenta durante el trascurso de aquellos años, mientras se sustanciaba el asunto y se acababan las instancias. Queda la duda de si hubiera servido de algo saber aquellas interioridades suyas, aquellos aspectos recónditos de su alma, sus íntimos pensamientos, sus deseos insatisfechos. Ahora, cuando ante mí desfila su alma desnuda plasmada en esos papeles, no puedo evitar que una sensación de incertidumbre e incomodidad se apodere por momentos de mí,  y a ratos lo veo mirándome con aquella mirada suya de lechuza fría, distante, como desprovista de vida, riéndose entre dientes, retándome a comprender. Sé que es una locura, pero en esos momentos lo siento cerca, y me angustia esa mirada, esa sonrisa de censura y reproche.
Cojo al azar una carta, que dice:
De nuevo en la pluma y el recuerdo.
Te fuiste, y el verano acabó, pese a que el calendario contradice mi afirmación y sentir.
Te vi preparar el viaje, que de nuevo te aparta de mí, llevándote a tu tierra natal y, tras los kilómetros y el tiempo, a la tierra que te acoge y cuida, para desdicha del solar propio, que en ti pierde a la más hermosa de sus hijas, amante soñada - debiera serlo-  por todos sus hijos y moradores.
Te vi, como digo, y no me atreví a romper el momento cotidiano, de normalidad y tranquilidad. Es confesión cuasi delictiva, supongo, porque el espiar vidas ajenas roza los códigos e infringe reglamentos, pero no me duele reconocer mi estupidez y podredumbre. Otra más.
Y es doble confesión porque al verte en tu normalidad cotidiana,  y contemplé a tu compañero a tu lado, acompañándote en esos momentos que jamás serán míos, viviendo la realidad de mis sueños que para él serán monotonía y quizá cansancio, pero realidad al fin y al cabo, compartiendo tus momentos incluso más inanes, pero que igual estará en tus momentos mejores, de felicidad, dicha, orgasmo…como en los peores del llanto y el dolor, algo se rompió por dentro, inmovilizando el alma y el corazón, arrojándome crudamente contra la realidad, tan ajena a mis sueños y desvaríos.
Allá estabas tú –guapa como siempre, con el pelo recogido, menesterosa en tus quehaceres, ajena, imposible-  y aquí estaba yo, aterrado, empequeñecido, estúpido, recibiendo un soberano baño de realidad, esa que se empeñó siempre en no dejarme ser un hombre completo.
En fin, valga esto como desahogo mío y conocimiento tuyo.
                   Nicasio”.
La carta no tiene fecha, pero por el franqueo del Servicio Postal resulta ser de escasos años antes del fatal desenlace. Tampoco lleva encabezamiento ni destinatario. Si fue enviada es una incógnita que estuviera de nuevo en su poder. 

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