Según ahondo en la búsqueda de la
razón última –todavía no creo que fuera una- que llevó a Don Nicasio a su decisión
final más perdido me encuentro.
Estos días de asueto vacacional
me han permitido seguir leyendo sus papeles, correspondencia varía y escritos
de los que soy involuntario depositario. Merced al celo de los funcionarios que
le cuidaron y vigilaron, su número es llamativo. Y gracias a la postrera
disfunción de la Administración penitenciaria, han llegado a mí sin sistemática
alguna, pues presiento que fueron archivados sin demasiada atención. La
abundancia del material que salía de su cabeza debió de pasar inadvertida en la
vorágine administrativa, más aún tratándose de un asunto juzgado hacía mucho
tiempo, o considerado desahogo que poco daño podía hacerle, que ninguna luz
arrojaba sobre su persona y caso. Pese a ello, me sigue sorprendiendo su buen estado y por momentos me sorprende la
letra diminuta, la caligrafía imposible, el celo amanuense que me hace
imaginarlo en la soledad de la celda, o el reposo de la habitación, sin más
compañero que el papel y la estilográfica.
Sigo leyendo aspectos de su
personalidad que desconocía. No fueron tenidos en cuenta durante el trascurso
de aquellos años, mientras se sustanciaba el asunto y se acababan las
instancias. Queda la duda de si hubiera servido de algo saber aquellas
interioridades suyas, aquellos aspectos recónditos de su alma, sus íntimos
pensamientos, sus deseos insatisfechos. Ahora, cuando ante mí desfila su alma
desnuda plasmada en esos papeles, no puedo evitar que una sensación de incertidumbre
e incomodidad se apodere por momentos de mí,
y a ratos lo veo mirándome con aquella mirada suya de lechuza fría,
distante, como desprovista de vida, riéndose entre dientes, retándome a
comprender. Sé que es una locura, pero en esos momentos lo siento cerca, y me angustia
esa mirada, esa sonrisa de censura y reproche.
Cojo al azar una carta, que dice:
“De nuevo en la
pluma y el recuerdo.
Te fuiste, y el
verano acabó, pese a que el calendario contradice mi afirmación y sentir.
Te vi preparar el viaje, que de nuevo te
aparta de mí, llevándote a tu tierra natal y, tras los kilómetros y el tiempo,
a la tierra que te acoge y cuida, para desdicha del solar propio, que en ti
pierde a la más hermosa de sus hijas, amante soñada - debiera serlo- por todos sus hijos y moradores.
Te vi, como digo, y no me atreví a romper el momento cotidiano, de
normalidad y tranquilidad. Es confesión cuasi delictiva, supongo, porque el
espiar vidas ajenas roza los códigos e infringe reglamentos, pero no me duele
reconocer mi estupidez y podredumbre. Otra más.
Y es doble confesión porque al verte en tu
normalidad cotidiana, y
contemplé a tu compañero a tu lado, acompañándote en esos momentos que jamás
serán míos, viviendo la realidad de mis sueños que para él serán monotonía y
quizá cansancio, pero realidad al fin y al cabo, compartiendo tus momentos
incluso más inanes, pero que igual estará en tus momentos mejores, de
felicidad, dicha, orgasmo…como en los peores del llanto y el dolor, algo se
rompió por dentro, inmovilizando el alma y el corazón, arrojándome crudamente contra
la realidad, tan ajena a mis sueños y desvaríos.
Allá estabas tú –guapa como siempre, con el
pelo recogido, menesterosa en tus quehaceres, ajena, imposible- y aquí estaba yo, aterrado,
empequeñecido, estúpido, recibiendo un soberano baño de realidad, esa que se
empeñó siempre en no dejarme ser un hombre completo.
En fin, valga esto como desahogo mío y conocimiento tuyo.
Nicasio”.
La carta no tiene fecha, pero por el franqueo del
Servicio Postal resulta ser de escasos años antes del fatal desenlace. Tampoco
lleva encabezamiento ni destinatario. Si fue enviada es una incógnita que estuviera
de nuevo en su poder.
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