jueves, 12 de abril de 2012

Besos


I.
Estamos sentados a la orilla de la playa, mojándonos los pies con las olas que vienen y van, rítmicamente. Siento el corazón desbocado latiendo con fuerza, en las sienes y subiéndome por la garganta. Cogidos de la mano nos miramos a la luz de la luna que brilla llena, redonda, encima de  nosotros. Me atraen sus labios, pero no me atrevo a pedírselo. El primer beso.  Siempre imaginé que sería aquí, entre la arena de la playa y la sal de nuestro querido y viejo mar. Ella me mira y sonríe. Quiero que me beses, dice. Y acerca el rostro ovalado, fijando en mí sus ojos azulísimos que reflejan el mar y las estrellas; lleva en ellos toda la sabiduría y el misterio de los siglos.

Me siento morir al cerrar los ojos  y sumergirme en sus labios entreabiertos, sintiendo como si en ese instante parieran la vida y el deseo, en una dicha suprema, eternamente anhelada.


II.

El primer beso. No recuerdo cuando fue. En todo caso hace mucho tiempo. Sería mozalbete con bozo en la cara y el acné invadiendo mi autoestima. Andábamos en la playa, compartiendo pandilla con los amigos del verano. Recuerdo a una chiquilla rubia, de ojos azules, algo entrada en carnes para nuestra edad. Nos atraían sus formas redondas y su risa contagiosa, una cierta desvergüenza que nos alertaba y estimulaba. Una noche, después de probar nuestras primeras cervezas, alguien propuso el juego. Un beso a cambio de ganar a pares y nones. Todas se negaron menos ella.

Y yo siempre tuve suerte.  Sus labios me parecieron suaves y frescos, con el sabor amargo de la cerveza y el olvido. Un beso torpe, fugaz, que acabó con un sonoro bofetón cuando quise prolongarlo mordiéndola y lamiéndola.

La suerte siempre es limitada.

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