martes, 10 de abril de 2012

Puntos de vista


I.
El hombre carga con parsimonia la pipa. Saca el tabaco de la bolsa que ha situado encima de la mesa, y lo empuja suavemente con el atacador en un gesto mecánico. Algunas hebras caen sobre el suelo, como lluvia marrón, pero parece no importarle.
Enfrente de él su compañero de mesa lo observa en silencio, esperando la respuesta. Pero el hombre no tiene prisa en contestar. Tras comprobar el tiro de su vieja billiard, prende fuego al tabaco con un encendedor dorado, y hace salir un humo denso,  que rápidamente los envuelve. Parece meditar entornando los ojos y aspirando con deleite.

II.
Tengo que decírselo, pero aún no. No sé cómo hacerlo. O cómo justificarme. Cargo la pipa con mi tabaco preferido; quizá me relaje y consiga encontrar las palabras precisas, menos hirientes. Estoy algo nervioso; parte del tabaco se ha caído al suelo, pero no parece darse cuenta. Qué casualidad que sea precisamente esta pipa la que cogí hoy del armario, la vieja billiard que me regaló. Extraña coincidencia.
En fin. Aspiro el denso tabaco y busco la respuesta. Es una situación difícil, pero nada que no podamos resolver como personas civilizada que fuman tabaco mientras conversan amigablemente. O al menos esa es mi esperanza.

III.
Creerá que no me doy cuenta de lo que hace. Es lo que aún me gusta de él: su pretendida seguridad, ese afán de protección después de treinta años viviendo juntos.
Y por eso tolero todavía esa manía suya de refugiarse en sus costumbres cuando le pregunto algo que no quiere contestar. Sigue gustándome la parsimonia con  que trata su tabaco, aunque hoy ha dejado caer un poco, mala señal. O esa forma casi femenina de acariciar sus pipas, especialmente en días como hoy, en el que ha tenido la delicadeza de llevar la vieja billiard que le regalé en Venecia. También ese instante suyo de meditación, como ausente. Son recursos para que mi espera se resienta.
Pero hoy no. Necesito saberlo. Es demasiada la incertidumbre.

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