martes, 3 de abril de 2012

Cuento mínimo. Comienzo


Odio la espera.  Es lo peor del trabajo.

Especialmente los  días como hoy, cuando el sol luce esplendido y debiera estar tumbado en la playa, mitigando la sed con mi refresco de cola y contemplando a las bañistas embutidas en minúsculos trajes de baño.
Pero no, nada de playa, cola ni trajes de baño.

En cambio, estoy a cien kilómetros de casa, sentado en el automóvil de alquiler –treinta euros medio día, me pareció razonable abaratar costes-,  derritiéndome porque el maldito aire acondicionado no funciona. El calor me asfixia por momentos y siento el sudor resbalar por mi nuca. El traje negro no ayuda precisamente a mitigarlo. Es lo que tiene la pulcritud, una cierta elegancia en desuso.

Es la hora, me dice el reloj del viejo campanario. Respiro hondo. Un trámite, pienso, un trámite preciso y necesario. 

O mejor, no pienses.
Salgo.

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