“…y vieron entrar un tabaco detrás del cual
venía un hombre.”
Leonardo Padura. Pasado Perfecto.
El mundo se ha vuelto loco. No es posible dudar de esto, después de años
de crisis, desgobiernos varios y revoluciones pendientes.
Caminamos a pasos agigantados hacia la nueva era de la deshumanización y
la incertidumbre, en la que los individuos son sustituidos por las
estadísticas, los sentires por números y los sueños se hacen irrealizables,
extraños, imposibles. Los dioses nuevos controlan su interés con armas
silenciosas e incruentas; y los viejos, ausentes, andan perdidos entre rezos y
concilios inconclusos. Y el hombre, ese
animal a su imagen y semejanza, regresa a la caverna primigenia, aullando su
mala suerte y rumiando la incapacidad de los líderes, la vergonzosa rendición
de sus banderas, la clamorosa amputación de su naturaleza.
Pero, curiosamente, esa animalización del ser humano, esa
deshumanización, ese retroceso vital y moral no es ajena al clima políticamente
correcto en el que nos encontramos. Más bien es resultado del mismo. Lejos de
colocar al individuo en el centro de la existencia, con sus miedos, sus
anhelos, sus certidumbres, sus apetencias y necesidades, el mundo bienintencionado –o no- de los rectores de
nuestra vida nos sitúa en las antípodas de toda esa extraña y hermosa amalgama
de vísceras, sentimientos y sueños que es el ser humano.
Y el mundo de la literatura no es ajeno a esta reflexión, inundado por la
estupidez, los lugares comunes, la prevención, lo políticamente correcto.
Por eso, en la noche estrellada y mediterránea en la que escribo y fumo
celebro un libro como el de ha parido mi amigo Ralph, titulado con acierto Gnadenlos –sin compasión-, que acompaña
mi pipa y mi ginebra, llenándome el alma de regocijo y bienestar.
Porque todavía quedan resistentes.
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