Ha inundado estos días las páginas
principales y primeras de los periódicos nacionales y algunos extranjeros, y no
sólo los deportivos, la noticia de que el astro balompédico que muestra sus
habilidades por los verdes campos de fútbol del solar patrio, luciendo peinados
y novias de buen ver y supongo, mejor palpar, se encontraba triste y
melancólico. Los comentaristas y tertulianos varios de los diarios, programas
de radio y televisión han dedicado páginas y minutos en la explicación posible
de dicho estado de ánimo, buscando razones y adelantando consecuencias a tan
noticiada circunstancia.
El fútbol lo invade todo. Ese moderno opio
del pueblo, que en nuestro país se torna casi religión, y que ha sido el último
y único vehículo para la catarsis colectiva de la nación, arrastrada tras los
colores y éxitos de los muchachos de calzón corto, encuentra en las noticias de
sus protagonistas el eco y amplificación necesarios para ocultar la otra
realidad. Y no sólo en el plano deportivo. Hoy son más importantes los
entresijos de la Masía, los comentarios en la Ciudad Deportiva, el estado de ánimo
del jugador, la última novia o el novísimo peinado de los pretendidos atletas
que cualquier otra actualidad.
Un síntoma más de la decadencia de
Occidente. O de nuestro Occidente. La inexistente prensa deportiva española
–inexistente por incapacidad, mediocridad, tendenciosidad, dependencia- no es
ajena a ello. Como tampoco el poder público, que ha transformado planes de
estudio, redacciones y televisiones en yermas de cualquier espíritu
crítico, de cualquier altura intelectual, de cualquier vindicación de la
excelencia y la cultura. Hoy, los niños y adolescentes, tienen como reflejo y
aspiración al triste portugués, y saben mejor la alineación de cualquier
equipo de futbol que la lista de los reyes godos, el deportivo y las novias
neumáticas de los jugadores que las ecuaciones de segundo grado. Años y años de
lecturas limitadas al Marca es lo que tiene. Y ni siquiera la Cultura Deportiva
existe más allá del balón de fútbol actual. Qué adolescente de hoy sabe quién
fue Emil Zátopek, o por qué en Kinshasa se disputó el combate del siglo, el
primer diez en gimnasia, o que la batalla más cruenta de la guerra frío se
disputo en sesenta y cuatro casillas blancas y negras, quién lloró más y mejor
a Norma Jeane.
Y para más inri, ni siquiera saben que,
puesto a jugar al futbol, Dios siempre tenía mala baba y se apellidaba Di
Stefano, o ahora es trasunto de un muchacho flacucho y espectral que nació,
como el héroe, en un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme,
capital de la nación.
Amigo portugués. ¿Tristeza?
Habiendo libros en los anaqueles aún por
leer, o en mercadillos por escasos euros. Estando el mar ahí, que basta
desnudarse y sumergirse en él para sentir el peso de la historia y las
civilizaciones. Pudiendo sentarse a la mesa con los amigos y compartir charla,
viejas películas, viejos combates, viejos partidos.
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