Algunas de mis escasas lectoras
me acusa francamente y por lo derecho de que mis palabras son siempre las
mismas, los temas de mis escritos
reiterados y, creo percibir en su reproche, con ciertos aires machistas o
misóginos.
No diré que me escandaliza ese
parecer suyo, y que estas cosas mías o
de ese trasunto mío que es el Gaviero, o viceversa, pueden parecer inspiradas
por la más mínima dosis de animadversión hacia el género femenino. Claro que
también se me interpela por demasiada querencia a la mujer, personalizada en
el azul de mis letras, ese color difícil,
esa rima difusa, como en las camareras de variada índole y condición que
alegran los bares en donde alimento el alma y el recuerdo, buscando refugio
antes o después de la jornada laboral. Tratando de poner pulso a este siglo y a
este país el que me tocó vivir y deambular.
Si esa sensación de machismo y
misoginia es la que desprenden mis escasas rimas, mis mínimos escritos, mis
pequeñas ocurrencias, es desde luego más por mi incapacidad para transcribir
coherentemente lo que pasa por mi cabeza y por mi alma, por mi falta de lecturas
y aun de escrituras, que por voluntario deseo y menos aún por cierta
inspiración. Cada uno es reo de sus limitaciones, habla, escribe o sueña con el
lenguaje que trajo de la cuna o alimentó después con educaciones y
experiencias, y responde por lo que dice y manifiesta. Es el caso. Soy directo
responsable de lo que por aquí se cuenta y pergeña, mal que bien pero siempre con
el corazón en la boca y el sentir en la pluma. La más de las veces amputado en
mis palabras y en mis verso por mi propia incapacidad y desaliento.
Pero siendo yo. O el otro. Y sin
ningún otro ánimo o inspiración que el desahogo y el azul.