miércoles, 18 de diciembre de 2013

De querela

Algunas de mis escasas lectoras me acusa francamente y por lo derecho de que mis palabras son siempre las mismas,  los temas de mis escritos reiterados y, creo percibir en su reproche, con ciertos aires machistas o misóginos.

No diré que me escandaliza ese parecer suyo,  y que estas cosas mías o de ese trasunto mío que es el Gaviero, o viceversa, pueden parecer inspiradas por la más mínima dosis de animadversión hacia el género femenino. Claro que también se me interpela por demasiada querencia a la mujer, personalizada en el  azul de mis letras, ese color difícil, esa rima difusa, como en las camareras de variada índole y condición que alegran los bares en donde alimento el alma y el recuerdo, buscando refugio antes o después de la jornada laboral. Tratando de poner pulso a este siglo y a este país el que me tocó vivir y deambular.

Si esa sensación de machismo y misoginia es la que desprenden mis escasas rimas, mis mínimos escritos, mis pequeñas ocurrencias, es desde luego más por mi incapacidad para transcribir coherentemente lo que pasa por mi cabeza y por mi alma, por mi falta de lecturas y aun de escrituras, que por voluntario deseo y menos aún por cierta inspiración. Cada uno es reo de sus limitaciones, habla, escribe o sueña con el lenguaje que trajo de la cuna o alimentó después con educaciones y experiencias, y responde por lo que dice y manifiesta. Es el caso. Soy directo responsable de lo que por aquí se cuenta y pergeña, mal que bien pero siempre con el corazón en la boca y el sentir en la pluma. La más de las veces amputado en mis palabras y en mis verso por mi propia incapacidad y desaliento.


Pero siendo yo. O el otro. Y sin ningún otro ánimo o inspiración que el desahogo y el azul.



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