I.
Suenan canciones extrañas en los altavoces
del bar. Se oyen conversaciones mínimas en los mesas ocupadas por clientes
anónimos y ausentes.
Hace frío afuera, en las calles grises y
oscuras de la tarde invernal. Solitarias como cazadores furtivos, como amantes
abandonados, barcos a la deriva.
El café es más amargo y negro. Converso
con mi vieja moleskine,
compañera fiel, dócil y resignada. No se queja porque mis versos son de nuevo
negros como la noche, desesperados como condenados a muerte, incomprensibles
jeroglíficos por descubrir, ausentes de rima y literatura. Paridas por el alma
de un escribidor, lejano poeta oculto, asombrado de la podredumbre que rodea su
vida y la mar.
La solución inmortal sería un tiro, pero
aquí no hay rue de Brasseurs, y no tengo valor
para el cuchillo ni estómago para el cianuro.
II.
La camarera de mi nuevo bar de todas las
esquinas conversa con dos parroquianos acodados en la barra, mientras les
sonríe con esa frialdad suya, con ese desdén centroeuropeo, mirándolos con los
ojos glaucos venidos del frío y la perestroika, quizá hoy la trata de blancas.
Es hermosa, pero difícil.
Supongo que por eso atrae a los
meridionales y se gana el puesto, mientras aquellos consumen sus carajillos y
las copas que calientan sus tardes, iluminando sus deseos, esos confesables o
no tanto.
III.
Suena la Creedence Clearwater Revival en
mi bar de todas las esquinas. Creía que sólo era música para nostálgicos y gente
entrada en años, pero me sorprende ver a la camarera centroeuropea o así
contonearse al ritmo de los hermanos Fogerty. ¡Qué recuerdos!
Ahora solo falta que el tocadiscos –hoy el
MP4 o similar- se descuelgue con las notas de Willy DeVille o unos acordes del
Knopfler para transportarme –nos- años atrás, a esa Murcia estudiantil,
libérrima y crápula que nos acogió. En fin.
IV.
Tardes
de invierno trascurridas lentas entre café, viento y canciones. Horas muertas
en mitad del día, tras la jornada de papeles y estatutos de los trabajadores.
Insistiendo en el folio en blanco, atrapado en mitad del mar, náufrago de mi
mismo.
Roy
Orbison canta a los descontentos, y el
poeta de Jersey dice que no es el héroe que Mary espera.
Viejas
canciones, viejos sentimientos. Ojalá arrojaran luz en la oscuridad, luz en las
tinieblas, luz en la fe maltrecha, luz en las noches inciertas, luz en los
versos malditos, luz en los destinos fatales, luz en los caminos perdidos.
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