domingo, 30 de marzo de 2014

LUNES (o el abandono)

Llueve. Llueve a mares. Mala noche para salir y no quedarse en casa, al calor del fuego o bajo un buen acopio de mantas.

El hombre camina con paso decidido, apresurado, silencioso. El trayecto es corto y le es conocido.

Las gotas de agua golpean furiosas el asfalto, sucio tras cuatro días y sus cuatro interminables noches de fiesta. El viento arrastra y esparce trozos de papel, envoltorios, envases de plástico, que se acumulan en todos los rincones a la espera del Servicio Municipal de Limpieza.

La calle está bien iluminada, y no es difícil para la figura que se mueve con paso firme sortear los inmundos obstáculos. Camina bien embozado, con las solapas de su abrigo levantadas, protegido del viento y la lluvia.

Su presencia única acentúa la sensación de soledad de la calle.

Aprieta el paso al divisar el letrero, en luces de neón rosas, de su destino.

Golpea la puerta al llegar, que gira sobre sus goznes obedientemente.

El local, en penumbra constante, le resulta familiar. Pasa allí gran parte de sus horas libre desde hace meses. Es el típico garito, una barra de metal, unas mesas y unas sillas al fondo donde los jóvenes aprenden pronto los secretos de las noches de alcohol. Una neblina lo cubre todo, haciendo difícil respirar el poco aire que la maltrecha ventilación deja circular.

Y la música. Una música estridente, machacona, que todo lo envuelve.


Es el local favorito de la juventud del pueblo. Está semivacío, pero  no es extraño que los sábados no se pueda pasar por el público, ansioso y jadeante, que se mueve y abandona a la música y el alcohol, en comunión atea e irreverente.

El visitante sabe todo esto y por eso ahora vuelve. Avanza hacia la barra. Tras ella está P., el propietario.

Aunque todo el mundo en el pueblo conoce el local como CasaP., él, en un arrebato pasional le llamó Rosa´s Pub, en honor a una novia que tuvo de joven y que le abandonó por un estudiante de Farmacia de la capital y sobre todo, repite orgulloso a todos, porque P. es un socialista convencido, incluso en la dictadura, faltaría más. Y ahora, una rosa de neón emite destellos afuera, mientras arrecian la lluvia y el viento.


El visitante se quita el abrigo y toma asiento delante de P, en el extremo de la barra.
-Vaya nochecita ¿eh?-dice el dueño-.
-Sí, parece que el fin de fiestas no ha sentado bien allá arriba. Supongo que como aquí abajo, ¿no?
-Bueno, no creas. Después del trabajo, bien está un poco de descanso.
-Sí, sobre todo vosotros, que os habréis forrado-replica el joven-.
-No estuvo mal la cosa -y una sonrisa entre irónica y satisfecha ilumina el rostro de P.- ¿Qué va a ser? ¿lo de siempre?
-Sí, lo de siempre.

P. coloca una jarra de medio tamaño delante de su cliente. La llena de cubitos de hielo que tintinean al caer y alarga la mano cogiendo una botella de vodka.

-No, de ese no. Hoy no tengo suficiente para tanta calidad. Ponme del otro -dice señalando otra botella-
-Da igual hombre; por esta noche, éste tiene el precio de aquel.  Estás invitado.

Y P. llena la copa mientras el otro mira y deja caer un gracias bronco. Luego, deja la botella en el anaquel y se retira al otro extremo de la barra. Conoce la costumbre, y sabe que prefiere beber solo.

Un nuevo camino. El trayecto era largo. El destino, desconocido e incierto.

Al fondo, dos jóvenes se empeñan en descubrirse los labios y las ropas.

Él comienza a recordar. Y a llorar.




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