El poeta, una noche,
pudo escribir los más tristes versos;
yo, empero, los sentí
en el instante de su partida.
Vino, como su nombre,
de la alta literatura
y de la luz primera
y se marchó sin despedida
sin importarle
sin amargura.
El poeta escribió la tristeza de sus versos
la más alta
la más precisa
la más hermosa;
pero ni aún así sintió
lo que yo siento.
Mi poema no es el veinte
ni el más triste, ni el último que le escribo
-o tal vez si-
es la sed del sediento y la mirada del ausente
la bruma
el frío del condenado y el grito del demente.
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