martes, 13 de mayo de 2014

Novisima carta de amor muerto, o de la justificación del suicidio.

Señora

Recibo sus últimas noticias como tormenta en el desierto, inesperada y violenta, pero predecible por las señales previas y quizá merecida, en todo caso necesaria. Es de justicia –y alegría- que siga su vida; alumbrando nuevos despertares con su belleza  y la luz de esos ojos de mar que trajo usted de tan lejos. Yo, pese a soñarla, no tuve esa dicha de amanecida; tan sólo momentos vespertinos,  instantes robados a su vida y a la mía, paréntesis entre dos existencias que se tocaron en la intersección cuasi cósmica e irreal de nuestro encuentro.

Se despide usted con esa mezcla de elegancia y desdén que la hace más centroeuropea que latina, y que yo tanto alabé,  pues la ofrece a usted única, tan propia para el enamoramiento ajeno, tan irresistible para mentes imaginativas, para deseos por concluir.

Marchose usted al norte, en pos de sus sueños y huyendo de los míos, buscando quién la mereciera. Y dejando atrás un recuerdo de risas claras y bellas, alguna lágrima, algunos versos, escasos pero intensos momentos de placer, descarnadas confesiones, descubrimientos mutuos, confesiones silentes y hermosas.

La recordaré siempre, silenciosa  y espectral, pero todo carne y todo sensualidad, y todo sexualidad y todo mujer, sentada mirando al mar, leyendo aquellas novelas suyas de extraños autores, o en la mesa de su pequeño piso dónde la descubrí, armando el nuevo puzle de su vida, tarareando las letras del cantautor cuyo nombre no quiero recordar para no tener la tentación –otra más- de comprar toda su discografía y oírla en las noches oscuras de la soledad, el frío y el deseo; esas letras románticas y soñadas pese a que usted las revestía de la crudeza propia de su existencia.

La conocí al lado del mar, y puede asegurar señora, que cada vez que lo vea, y en mi postrer momento que deseo al lado del viejo y sabio Mediterráneo, la recordaré en él, aunque quizá pertenezca ya usted a las montañas lejanas, a los bosques cerrados y verdes valles donde comienza hoy una nueva vida. En ellos le deseo lo mejor, y que encuentre a ese alguien que la merezca como yo no supe hacerlo.

Me congratula dedicarle estas palabras, y que las oiga y lea como antes soportó mis silencios. Ojalá, ya sabe, fuera yo un alto poeta, o un pasable literato, para imaginarlas y plasmarlas como sin duda es deudora de ellas, o en el recuerdo que quizá merezcamos ambos. En todo caso aquí las dejo, negro sobre blanco, en poética justicia.

En el deseo y la esperanza que siendo usted buena lectora, las apreciará con el mismo sentir que las escribo, con mi antigua pluma estilográfica y mi vieja moleskine, esas compañeras en las que, en su ausencia, me refugio y alimento.

Cuídese en el mundo y en el siglo.


2 comentarios:

  1. Siempre me sorprende señor.Gaviero.no dejare de leerle aun cuando se que otros ojos y otros cuerpos alimentaran su imaginacion,pero yo siempre sere una lectora fiel..el amor no a muerto,solo dormira en el recuerdo de lo que no pudo ser...en fin.....

    ResponderEliminar
  2. Pues muchas gracias por leerme, lectora fiel.
    Debe ser usted de las escasas personas que leen lo que dejo por aquí. Siga haciéndolo si le place, pues yo seguiré insistiendo en el folio en blanco

    ResponderEliminar

Soledad

        Soledad. La calle solitaria acompaña mi vigilia húmeda de madrugada y deseo; te busco en todos los rostros te persigo en todos los c...