miércoles, 18 de junio de 2014

Hispania

Hace ahora cuatro años, en otro tórrido comienzo de verano, cuando los chicos de la elástica roja de sangre y el pantalón azul de mar iniciaban, en otra latitud igualmente calurosa y lejana,  la andadura que culminó en la catarsis colectiva del minuto cientodiecinueve, con el gol del muchacho espectral nacido en un lugar de la mancha cuyo nombre todos recordamos, escribí unas líneas afortunadamente nada preclaras en lo predictivo, lamentando la primera derrota del combinado nacional en las grandes citas deportivas y balompédicas, explicando o así la poca pericia, la menguada suerte, o ambas, de la estúpidamente intitulada “la roja”, esa hueste patria. Aquellas líneas andan por aquí.

Sorpresa en sorpresa, sonrisa en sonrisa, aquellos chavales nos aproximaron al sueño de padres y abuelos, y nos hicieron campeones del mundo, nada menos, en ocasión que no había visto la historia ni el siglo. Aún hoy puedo suscribir algunas de aquellas palabras …

Pero ante la noche aciaga, de Flandes mojado y derrota, ante el país cainita, vengativo, envidioso que rezuma estos días alguna crónica deportiva y no sólo, mezclando realidades nacionales, corrupciones varias e incluso reales,  desviando atenciones, rebajando la nación, hoy, como ayer,  sólo tengo que decir una cosa sencilla: soy español, en la luminosa victoria, magnánimo, y en la cruel derrota, elegante.


¡Viva España!




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