En la casa donde moriré
hay dos cipreses altos y
esbeltos,
tan surtidores de sombras
enhiestos como aquél;
un olivo de paz y bienvenida,
un limonero pequeño y poético
y una palmera mora y mediterránea.
Sus paredes son blancas y
azules
-¿es posible otro color?-,
se divisa el viejo mar
y la montaña desértica
donde anidan las gaviotas y
los vencejos.
En los días de temporal y
levante
ese viento de leyenda,
rugen las olas
huele a yodo y sal
y en las noches estrelladas
el perfume del jazmín inunda
las estancias y la vida.
La he comprado,
hipotecando trabajo y alcancía,
enamorado
y en ella vivo, sueño, moriré.
Azul tenía que ser...
ResponderEliminarSi...es mi color y mi rima. Difícil, a ratos imposible, pero muy mio.
ResponderEliminarEl color y la rima.