A veces, y más habitualmente los últimos meses, me asalta a
traición la sensación –que es casi certidumbre- de que mi vida ha sido y es un
cúmulo de episodios tardíos, de ocasiones estériles, de momentos a destiempo o interruptus.
Nací el segundo entre mis hermanos; el segundo de los
varones, y la tercera fue una mujer. Es decir, estoy atrapado entre
primogenitura y gineceo ya desde la cuna.
Mi nacimiento fue a las puertas del Sanatorio; ya escribí
algo sobre esto y figura por aquí ese episodio extemporáneo y fuera de lugar.
Pertenezco a una generación
a la que se prometió que el esfuerzo y el trabajo llevarían a la
recompensa, la posición, el bienestar, el equilibrio. Mentiras claro.
Y a partir de ahí, mi vida empezó a ser una sucesión de
esterilidades y momentos perdidos, oportunidades pasadas, trenes sin coger.
Llegué tarde al primer amor
no pude con la soñada ocupación
tantas conversaciones pendientes
con el progenitor
la mar sin surcar como soñé
los amigos perdidos, el hogar lejano
la marchita raíz de
mi deambular
los versos sin componer…
Y todo esto por que he leído unos versos de Eloy Sánchez
Rosillo que me hubiera gustado escribir a mí. Otra vez, la tardanza, la falta
de inspiración, la incapacidad.
Dicen así:
“Recuerdo aquel lugar, la tarde aquella, la ajena habitación, el viejo lecho, y el calor de unos brazos que me abrazaban. Lo demás poco importa. Nada vale tanto como la dicha que allí tuve".
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