Vuelvo a la mar, estos días en
los que los visitantes/turistas/veraneantes marcharon ya a los quehaceres y
rutinas de sus vidas de secano, ocupaciones, colegios.
Escasos resistentes, aferrados a
sus pensiones o resignados en su desempleo, u originales en sus vacaciones, me
acompañan en el ritual del viejo mar, al que reclamo mi porción de vida, mi
dosis de tranquilidad, la necesaria razón de la existencia.
Me fundo en el olvido de sus
aguas, rodeado de peces, dejándome mecer por las olas en el retorno al claustro
materno, que es su esencia.
El sol se pone en la línea irreal
que separa las aguas del cielo, dos azules fundidos en negro delgado y
misterioso, en la hora adecuada para los deseos, los abandonos, la dejadez.
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