domingo, 7 de diciembre de 2014

Enmienda

Tarde.

Gris y melancolía.

Los primeros fríos del año atenazan las horas lentas de la sobremesa; suenan las notas de música, lentas y parsimoniosas, acompañando el solitario café.

Es el único sentado a las mesas, desafiando al frío, humeando la pipa y emborronando la vieja moleskine. Han emigrado todos, a vacación que preludia la Navidad, anunciada ya en todas las luces y todos los escaparates de la ciudad.

Negro.

Café e invierno.

Tras la jornada, el monótono trabajo, la madrugada de obligación, el hombre piensa.

Acuden los recuerdos, invadiendo su cabeza. Y a ratos le vence la melancolía, la tristeza, la soledad. Pero procura que los sueños por cumplir sean victoriosos, otra tarde más en la mitad de la vida, si la enfermedad lo respeta. Al menos en los renglones imprecisos, en los versos amputados, en las humildes letras.

Y si no es así, amortizado se tiene: plantó árboles, tuvo hijos, mal-escribió libros.

¿Cómo será recordado? ¿Por quién? ¿Qué lágrimas se derramaran en su ausencia?

Las preguntas se funden en su sentir pero, sin miedo a las respuestas, quizá aún sea tiempo de cambiarlas.

Carga la pipa con parsimonia.

Paga su café.

Sale.


A la ciudad, al frío, a las preguntas.



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