Hace algunos días, en descanso de quehaceres laborales y domésticos tuve tiempo de volver a ocuparme de los papeles, recuerdos y cosas varias de don Nicasio Pelades, que como algunos de ustedes saben me vinieron impuestos o casi, como involuntario depositario. He dejado ya por aquí alguna de sus cartas que, fechadas o no, ayudan mínimamente a rastrear su caso, proceso y desenlace. En ellas se plasma con cruda realidad el desvarío que vivió su alma, y las apetencias y deseos que impulsaron el recorrido de su vida desde que conoció a la destinataria de las mismas hasta el fatal desenlace que con tanta prodigalidad y afán minucioso fue publicado en diarios y noticieros.
Ésta de hoy debió de corresponder a alguno de los intervalos de silencio que su vida marinera y mundana impuso en ocasiones. No va fechada, y por firma una lacónica inicial, como sabiendo -o deseando- que la destinataria no necesitaba más para saber el remitente. Por esperarlo o desearlo a su vez. Llama la atención de nuevo la laboriosidad del trazo, el trabajo de la copia, el afán conservador de todo su material, gracias a lo cual hoy podemos quizá comprender.
"Mucho tiempo señora, sin empuñar
la pluma como pretendido florete virtuoso, como imaginada espada de fuego para hacerle llegar los
sentires y las nauseas.
El silencio impuesto por la vida
y la distancia parece vencer mis ansias por
usted, el deseo de su cálido
cuerpo, las ganas de morir en su mirar y en su boca, la locura del abandono en
su cuerpo acogedor, la fiebre por recorrer todos los poros de su piel, por
amarla al amanecer después de otra madrugada de versos y desvarío.
Pero sólo lo parece.
El deseo, la fiebre, la locura,
el amor, siguen tan presentes, tan reales, tan nítidos, tan crudos, como la
primera vez que la vi, y tan inspiradores de mi deambular y de mis letras como
todas y cada una de las cartas de amor muerto que le escribí y que adornan,
impropias, lascivas, ocultas, las páginas de mis escritos. Empapelando, como
mortaja de felicidad, los días y las horas, los lugares, las estancias donde
transcurre la vida y el sueño.
Porque eso es, sigue siendo,
usted. La vida y el sueño. Una y otro incomprensibles, vacíos, fríos, inanes
sin su persona, sin su mirada de mar, sin su risa contagiosa, también sin su
recuerdo. Usted, que todo lo llena, que todo lo transforma, que todo lo
ilumina.
He comprendido que no será nunca
mía; al menos como hubiera deseado y soñé: real, diaria, cercana, quizá monótona,
pero física, y no sólo espiritual. Mía. Como yo lo soy suyo, desde el pálpito
de mi corazón hasta la interconexión última de mi última neurona. En plenitud.
Porque sólo soy en usted, mi yo real es usted, mi justificación su vida, mi
hogar su vientre cálido, la esperanza, el descanso, la dicha.
Esa idea preside mi existencia; es
mi blasón y el frontispicio de mi casa. La bandera de mi pequeño velero que
navega en los mares imprecisos y peligrosos del siglo; la sal de mi mar / la luz de mis noches, en versos inocentes que
escribí hace tiempo y que siguen vigentes, en su inocencia y verdad.
Hubiera deseado pasear la vida a
su lado. Como lo hago en la noche del sueño y la madrugada del insomnio, en las
que la acompaño por todos los lugares, la velo en todos los descansos, la
protejo en todos los peligros, compartiendo con usted la risa y también la
lágrima, el enfado pero igualmente el
deseo, el día y la noche, la jornada y la vacación. Como novios recién
estrenados o matrimonio viejo y bien avenido, esos que nunca fuimos ni seremos.
Sé que mis letras no son
originales, ni siquiera hermosas; no figuraran en ninguna compilación de cartas
o poemas de amor, no serán leídas más que por usted y por mí antes de pasar al
olvido y a la desaparición, el tiempo que dure la tinta o el viejo papel con
que son escritas. Tampoco lo pretendo. Y no tengo necesidad ni intención de originalidad.
No es necesaria: usted es su destinataria, y por usted son paridas e
imaginadas. Por lo tanto, poca originalidad pretenden; sólo su persona las
ilumina. Y el sentir que yo tengo por usted, que es único, repetible,
previsible, diáfano, preciso.
Vivo en su recuerdo, respiro por
sus pulmones, mi corazón- ¿o son dos?- late con el suyo, mi deseo y hombría
sólo en usted se excitan, la calma sólo llega en su mirar.
Todo igual. Siempre. Eterno. En
los siglos y la historia.
Suyo
N."
Precioso.
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarY gracias por leer, quién quiera que seas.
Triste!!!! Aunque profundo.
ResponderEliminarGracias.
EliminarLa historia en efecto es triste, pero hermosa. Espero que los escritos de don Nicasio nos sigan deparando textos igual de intensos. Continuo buceando en ellos, y ojala encuentren lectores intrigados como usted, aun anónimos. Se lo agradezco sinceramente.