A mi lado, inundando el bar de
todas nuestras esquinas de risas, voces
y bromas, un grupo de cincuentañeras,
alguna sexagenaria, de buen ver y, supongo, mejor palpar, toma café y menta-poleo en comunión y asamblea.
Visten ropas deportivas, de
colores imposibles, ciñendo cuerpos hermosos –cuarta acepción coloquial- en
carnal homenaje a Botero o Rubens, despojadas de vergüenza; calzan zapatillas
de deporte de diseños postmodernos, llamativas en líneas y coloridos. Un grupo
de jóvenes o adolescentes no vestiría
más acorde al siglo y a la moda.
Los aparatos celulares humean de mensajes, llamadas,
intercambios varios.
Descansan después del paseo, o
del jogging or runnig, y comentan risueñas y alegres las ocurrencias del nieto,
de la vecina, la última noticia de la televisión, el postrer adonis al que
llevarían a la cama –con cierto sonrojo o sin él, dependiendo de las
pulsaciones aún no relajadas-, preparando encuentros, actividades, quehaceres…
Tomo mi café y sonrío.
Brindo en silencio por los
maridos enterrados. Y pienso, con el poeta, qué tristes y fríos se quedan los
muertos. La naturaleza y la demografía rigen sin sobresaltos en este país de
viudas.
Sin reproche, enciendo la pipa y exhalo el humo.
C´est la vie, n´est
pas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario