jueves, 21 de abril de 2016

Otra carta

Otra vieja misiva, rescatada del legajo.
Sin fecha, con pocas pistas sobre la época en que fue escrita y enviada –consta el franqueo en la Estación Naval de Manila, Servicio Postal Republica ng Pilipinas- pero que un estudio de la biografía de la amada quizá pudiera datar con precisión.
Pero no tengo aún los medios ni el tiempo para tales pesquisas, postergadas para el momento en que se estudie con detalle y publique todo el caso; siempre que los quehaceres, la paciencia y el peculio lo permitan, lo cual empiezo a dudar por la cantidad, diversidad y estado de los documentos, amén de las dificultades del tiempo transcurrido y los permisos necesarios para ahondar en la vida de los protagonistas, alguno de cuyos herederos aún vive; pocas muestras de colaboración mostraron cuando les inquirí sobre ciertos aspectos...


“Señora

El mundo, parte de él, el suyo, parece derrumbarse. Pero será pasajero. Renacerá.

Me llegan malas noticias desde su tierra de acogida. Quizá,  debido al tiempo y la distancia,  se encuentren ya superados los problemas; y olvidados. Si no es así, mis votos junto a los de la mar están con usted. Esa mar que  la ama y la conoce de tanto como yo, a su lado, la canto y la admiro y la quiero, susurrándole su nombre, versando su cuerpo, el equilibrio de sus sentidos, el pasmo de su mirada que compite en hermosura y azul con él mismo,  la eterna dimensión y exactitud de su belleza, intemporal, increíble, regia, superlativa.

En ocasiones así, ¡cómo siento que mi vida y la suya caminen separadas tanto tiempo! ¡Cómo desearía poder cuidarla y dedicarme hasta la extenuación a su bienestar y al de los suyos, que quizá no fueran míos pero así los consideraría! ¡Cómo odio los kilómetros y las horas, los días, los años, que nos separaron! ¿Por qué quiso Dios que no la tuviera? ¿Qué demérito –aparte de todos- pesó más que mi admiración, mi devoción, mi lealtad, mi entrega, mi amor incondicional? He recorrido los mares y los océanos en busca de una respuesta que jamás llegó.

Pero no está bien hablar de mi cuando es usted la afligida, sobre la que pesa la incertidumbre, la duda, la sombra…

Pídame usted lo que quiera, la última gota de mi sangre, el último resuello de mi esfuerzo, la última moneda de mi patrimonio…

…o incluso, mándeme callar para siempre, impóngame si no el olvido –imposible es-  la incomunicación –siquiera ésta epistolar, unidireccional y quizá inconclusa-; la obedecería ciegamente; maldiciendo cielo y tierra, ahogándome aún más, pero la obedecería. Como soldado a su capitán, como oveja a su pastor, como enfermo a su médico, como amado a su amada.


Sigo suyo, siempre, más.
N.”





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