miércoles, 19 de noviembre de 2008

Breve autobiografia -de un día-.

Vine a la luz en Albacete, llano, vid y navaja.
No recuerdo nada de aquello, pero supongo que eso nos pasa a todos, es decir, que los recuerdos de nuestra primera existencia son recuerdos de otros y no propios, que nos trasmiten y que con el tiempo hacemos nuestros. Lo contrario y excepcional supondría una memoria elefantina y descomunal, y esas proezas son raras o inverosímiles. Además poco recuerdo puede tenerse pues lo normal es ir de la cama a la teta y de la teta a la cama, pasando por el pañal que en aquellos tiempos no sería desechable y absorbente y demás.
Por desgracia para las nuevas generaciones, la sana costumbre de las amas de cría está en desuso, pero no hay duda que donde esté una buena mujer con ubres hechas a la crianza de querubines, lo de potitos, leches pasteurizadas y otros inventos es sucedáneo pobre e insípido y poco sugestivo; pero esto de la modernidad ya se sabe que tiende a la deshumanización, pues antes las crías ya tendían a asegurarse la tajada y había una cierta hermandad de mamoncillos que era algo así como una colectivización más eficaz que la propuesta por las Internacionales.
En realidad, podría contar detalles de mi nacimiento, pues debe ser de los pocos que, sin ser excepcional, fue noticiado. Y me explico.
A mi madre le sobrevivieron los dolores y contracciones del parto al mismo tiempo que en el coso albaceteño un morlaco con mala uva pretendía despenar a su torero que, por supuesto, pretendía hacer lo mismo con él. En aquella ocasión tuvo más suerte el animal y el pobre matador acabó en la Sala de Urgencias. Y hete aquí que en ese instante a mi me arrojaban al mundo en el pasillo del paritorio, que no me desgracié en el acto por puro azar, pues la comadrona ensayó una cabriola que ni el mismísimo Zamora. Un plumilla que cubría la información taurina y que esperaba el parte facultativo de la cornada tuvo la brillante y ocurrente idea de noticiar también el nacimiento de éste que escribe; y así consiguió que el redactor le felicitase por su rapidez de reflejos. Se conoce que andaban escasos de noticias o sobrantes de columnas, no lo sé.
Y claro, cada vez que visito a mi abuela, acaba sacando aquel ejemplar único, amarillento y manoseado, orgullo familiar que conserva como oro en paño. Tengo que conseguir su destrucción o conseguirá publicar también allí mi esquela.

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