miércoles, 26 de noviembre de 2008

Celos -in animus iocandi-

Una de las causas más importantes, sino la primera, de las desavenencias, disputas, peleas y aun rupturas de parejas -y aquí se incluyen únicamente como parejas las que Dios manda y el Código Civil exponía, esto es, las monógamas y heterosexuales, qué le vamos a hacer-,son los celos, bien motivados o consecuencia de la infidelidad o bien no motivados o consecuencia de la gilipollez. Parece claro que a uno le debe enojar y casi cabrear teniendo siempre cuidado con no parecerlo y justificar así la cornamenta, ver a su pareja de la mano de otra -esta expresión es claramente eufemística- y si ha sido capaz de reprimir el primer impulso asesino, lo aconsejable es actuar razonadamente y tratar de no dramatizar ni agudizar la situación, ya de por sí dramática y peliaguda, aunque lo agudo no sean los pelos precisamente. Porque si no se corre el riesgo evidente de no reaccionar adecuadamente, una veces por exceso y otras por defecto, e incluso suponiendo que se reaccione adecuadamente no hay que confundir el problema y crear otros accesorios: cierto que el responsable puede haber echado una canita al aire , pero no es menos cierto que se puede seguir enamorado loca y perdidamente de la supérstite al adulterio sin ninguna mengua ni resta de ese amor; al fin y al cabo todos somos débiles y pecadores, y que tire la piedra el libre de pecado.
Otra cosa sería compartir ese amor pretendidamente verdadero con varias, lo cual ya parece el colmo de la desfachatez y la arabización. Porque ese amor es uno, como lo es al amor fraterno, el amor de madre o el amor al perro; pero lo normal en estos casos es un devaneo más o menos fuerte y una refriega-combate sexual librado normalmente cual guerra relámpago y con altas dosis de improvisación y amateurismo. Y derivar de ello una ruptura matrimonial, de pareja o de familia parece tamaña insensatez. Claro que cada uno es como es, que no ha mucho, un amigo mio, D. Celestino Escamez Valenzuela, sorprendiendo a su mujer, muy santa y muy devota ella, en el lecho conyugal heredado de su tío abuelo D. Florencio Ezcamez y Trujillo, héroe de la guerra de Cuba, medalla al mérito militar y comendador de la Muy Santa y Muy Noble Cofradía de Combatientes de las Cruces Sagradas, con un marino americano que para más inri era de color -esto es, de color negro, afroamericano con corrección politica de hoy-, no tuvo más salida digna que pegarse un tiro con el máuser con el que su tío-abuelo Don Florencio combatió en la famosa batalla o escaramuza del Machaquito, así conocida porque en ella perdió la vida un capitán de regulares al que llamaban el Machaquito, después de dejar despenados, o sea, sin pena alguna, a no menos de cien insurrectos y rebeldes. Esto último no se ha podido comprobar en fuentes fidedignas, pero pudiera ser porque el Machaquito ponía mucha ansia y le llegaba la gana de muerte muy prontamente. La pécora de la ex de don Celestino acabó trasladandose a Oklahoma y hoy sobrevive vendiendo Biblias mormonas de casa en casa, en franco arrepentimiento.
Otro ejemplo de lo que estas cosas pueden llegar a suponer es lo ocurrido al virtuoso desvirgador honorífico de vírgenes Don Nicasio Pelades, tantas veces citado y conocido, del que algún día relataré sus aventuras y extravagancias, el cual, sorprendiendo a una de las muchas parejas que a lo largo de su dilatada vida amatoria tuvo, con otro negro en la cama, reaccionó metiéndose en ella y proponiendo una orgía a tres bandas con el foráneo. Claro que ante tamaña propuesta, el infiel todavía debe correr con tanta prisa como abandonó el lecho. ¡Ni tanto ni tan bravo, don Nicasio!. En el término medio está la virtud, tan difícil de conseguir.
Así pues, ante todo paciencia y respuesta adecuada. Lo que ocurre normalmente es que esa respuesta adecuada es un buen corte de mangas y un "adiós muy buenas". O sea, el término medio.

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