miércoles, 28 de enero de 2009

Balada del bar de los "currelas"

El viejo que, aún en zapatillas, saborea quizá su ultimo carajillo y el cigarro mañanero, antes de subir el pan recién comprado a casa, donde su mujer habrá comenzado las labores del día; el pescador varado por paros biológicos y crisis, en espera de armador que lo arroje de nuevo al mar, saboreando su copita de coñac mientras sueña con marejadas y gaviotas; la cuadrilla de albañiles, que antes de la obra, entre risas y bromas, comentan el último gol del Madrid, devorando bocadillos de tortilla y magra con tomate, mirando de reojo el escote de la camarera, rusa o venezolana, que les saluda por su nombre y les sonríe tras la barra; el ludópata que tras rápido café, maldice a la máquina que le esgrime colores, mientras tras él los chinos cuentan las jugadas y levantarán el premio; los empleados de la sucursal bancaria de la esquina, encorbatados, desayunándose antes de denegar los créditos; el borracho de todo bar, que apura su siguiente copa de chinchón antes de continuar su recorrido y pasar a ser el borracho de otro bar; el repartidor que descarga los congelados, mientras comenta lo mal que está el tráfico y lo cabrones que son los municipales; las tenderas, saboreando su media de aceite y tomate, o su cruasán, sin demasiadas ganas de iniciar su jornada, pero al pie del cañón como todos los días; el par de marroquíes, y los cuatro ecuatorianos, que somnolientos, comentan donde irán hoy a buscar el trabajo; la chica de la esquina, que se desmaquilla ante la manzanilla y cuenta la bolsa de la noche, disimulando las ojeras y la minifalda, y dice no al último cliente; el grupo de estudiantes que dudan si ir a clase o jugarse unos billares, mientras sus compañeras comparten las carteras con el último donjuán de la televisión y piden cortados con sacarina y la leche fría; el taxista, que en doble fila, comenta las ultimas noticias de la radio quejándose del lumbago que lo tiene a malvivir, y que vuelve a decir lo cabrones que, efectivamente, son los municipales y el alcalde; el vendedor del cupón, que tropezando, asegura que esta vez si, el gordo, y que le quedan la niña bonita y el porno; la pedigüeña rumana, con el crío a cuestas, que vende estampitas mientras intenta sustraer alguna cartera; el negro, mientras descansa un rato de mantear, comiendo un pincho mientras sueña con irse con su primo, que vive en Marsella o en Frankfurt, donde la vida no es tan dura tras la patera; el mensajero reponiendo fuerzas antes de jugarse la vida en el asfalto, con la bici atada a la farola; el oficinista que hace el crucigrama, añorando los tiempos de lápices y papel copia, a la espera de su cafelito con leche; las jóvenes amas de casa, después de llevar a los niños al cole, preparándose para la compra o para ir al gimnasio municipal; el triste parado, que saborea su anís, harto de la cola en la oficina del Inem; los obreros del Ayuntamiento, bebiéndose un tercio de Mahou antes de seguir levantando la ciudad; el quiosquero que termina de dejar los periódicos del día, mientras sueña con océanos y mulatas...
Olor a café recién hecho, y a bollería, a humo de tabaco negro y sudor, y a vida.
Quizá los políticos gobernantes debieran compartir alguna vez un café en el bar de todas las esquinas. O sea.
(Después de oír al señor Presidente del Gobierno decir que la economía es un estado de ánimo)

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