martes, 13 de enero de 2009

Del móvil, internet y demás

Estas lineas fueron escritas en octubre del año 1996, y ahora las dejo aquí como prueba de mis nulas dotes adivinatorias y mi escasa coherencia, a pesar de que fueron pensadas in animus iocandi, como prueba esto que ahora lees.


Recorre estos últimos tiempos nuestra querida España - y perdón por lo de querida, pero uno siempre se consideró español, monárquico y heterosexual, ¡qué le vamos a hacer!-, vieja y herida piel de toro, una horda que en nada tiene que envidiar a la de fenicios y romanos, vándalos y alanos y demás que en tiempos pretéritos hicieron camino en la Península y civilizaron y modernizaron a los sorprendidos españolitos de entonces. Claro que ésta de ahora es una invasión incruenta y silenciosa; invisible para ser más exactos, pues se produce a través de las ondas, de radio, electromagnéticas o hertzianas, vaya usted a saber. Les habrán observado, sin duda, pues han proliferado cual hongos, cargados con sus armas a la cintura o en sus cabalgaduras metálicas, e incluso ya se muestran en casi todos los lugares y momentos, gracias a las coberturas 98% o similar; son los movileros, usuarios del móvil- teléfono inalámbrico- internautas y demás personal informatizado y ultramoderno.
Ni que decir tiene, y convendran conmigo, que el avance que representan las maquinitas es espectacular y sorprendente, por lo que tiene de acortamiento de distancias, rapidez de comunicaciones y empequeñecimiento del país. Que uno, pongo por caso, pueda a la vez que disfruta de una copas con los amigos en animosa trasnochada o de una suculenta paella en mitad del monte, hablar con otro, que pongo en igual caso, haga lo mismo o realice otras actividades personales e intransferibles, es desde luego un avance tremendo, por cuanto de alarde tecnológico y técnico tiene, que nos sitúa más allá de las distancias y de los tiempos, o casi. Ahora, qué necesidad hay de esto, pues a mi me parece innecesario. Y me explico.
Es claro que en situaciones de urgencia, peligro manifiesto y grave, o para profesionales que desarrollan su actividad en ruta, o sea, en movimiento, el inventito es eficaz, necesario e inmejorable. Pero para los demás, hacer de su uso y transporte una costumbre, raya la memez. Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Es demencial ver al personal cargado con sus motorolas, airteles y "movilines" en todos los lugares y a todas horas, como si creyesen que sin ellos están desnudos o dejados de la mano de Dios. Hacer de una maquinita una necesidad no deja de ser una forma de alienación, anuladora de la personalidad y de la libertad, y verlos con ellos a ristras, es, lo menos, risible, y lo más, triste y preocupante. Algún avispado empresario inventará el "porta-móvil", o el "móvil-estuche" o similar, a modo de cartuchera o sobaquera, y así acabarían de completar su transformación y parecido con los personajes del Far West, centauros del asfalto tipo Wayne, sin la épica del maestro Ford al menos, o luchando sólo, tipo Cooper, pero sin Grace, lo cual es gratificante, pues lo contrario sería desasosegador...
Y que decir de los internautas, conectados por cable con todos los rincones del globo; se cargan los libros, las agencias de viajes y el Derecho Mercantil Internacional y tan tranquilos. Porque claro, puestos a avanzar no se detendrán con poder viajar idealmente por las autopistas esas que llaman de la comunicación, recorriendo museos, visitando lugares, realizando operaciones o incluso visualizando playas malibu beach y otras, sino que pretenderan hacer de su pantallita el centro del mundo y del sillón el lugar de trabajo, viaje, ocio y permanencia del hombre. Y hasta copularan cibernéticamente y demás. O sea, la hecatombe de la civilización y la sedentarización definitiva de la especie humana. Hemos pasado de la recolección y la caza, al rebaño y el cultivo, y de estas al comercio y los servicios para acabar en el Internet. Pues muy bien.
Al menos, aquí hay uno que declara que no utilizará un móvil y jamás se conectará al ciberespacio.
¡Ah, y tampoco sé Windows' 95!.
O sea, un arcaico. ¡Viva la Imprenta y el Servicio de Correos!.

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