sábado, 24 de enero de 2009

Por allí sopla...

Tengo escrito en algún otro post que hace tiempo me definía a mi mismo como español, monárquico y heterosexual, en un intento juvenil e insustancial de dar a mi persona algo de sentido, con palabras mayestáticas, cuando deambulaba -y no sólo materialmente - por las aulas de la facultad de Derecho.
Obviamente no cumplí con mis propias expectativas, y desde un tiempo, me limito a leer libros, escuchar a Springsteen y fumar en pipa. Creo que si alguna vez tuve intención de ser un hombre de acción, el mundo en que me tocó vivir me arrojó más a la inacción. Cada uno es reo de su propio destino y debilidades, o de las que escoge siquiera involuntariamente. No sé si en el transito decepcioné a muchos; a mi mismo en ocasiones, pero a todo nos habituamos.
Viene todo esto a cuento de que en ocasiones, sin embargo, hay momentos en que se siente uno importante, y el subconsciente lo conduce por senderos de gloria y cénit de existencia. Hace algunas semanas, estuve de viaje en Estocolmo, la capital sueca, elegante, discreta y cosmopolita, como la amante con quien soñamos. Y quise comprobar por mi mismo algo que había leido y no terminaba de creer. Un día, tras agradable paseo, entramos a tomar un café en el Gran Hotel, establecimiento mítico de la hostelería europea, donde cada año se alojan los galardonados con el premio Nobel. Y así, mientras mi acompañante disfrutaba de un café en la glamourosa cafetería, tras los ventanales de la cafetería, con las mejores vistas sobre el Palacio Real y Gamla Stan, yo me escabullí y pregunte dónde se encontraban los aseos.
Y efectivamente, allí estaban, pude comprobarlo al fin. Enmoquetados, y con profusión de maderas nobles y bronces, con un agradable olor que en nada hacía pensar cual es su función, los aseos de Gran Hotel de Estocolmo disponen, en escrupuloso y milímetro orden, encima de los urinarios masculinos, de las ediciones diarias del The New York Times, el The London Times, y los dos periódicos suecos de mayor tirada. Así, mientras uno vacía la vejiga, puede leer las noticias y columnas más prestigiosas del orbe, y comentarlas con el compañero de micción. El culmen de la elegancia y las buenas maneras.
Y ahí, por donde pasan una vez al año los prohombres del mundo, en desahogado menester, me sentí por última vez importante, y completé mi autorretrato. Así, a partir de entonces, puedo decir que además de leer libros, fumar en pipa y escuchar al poeta de Nueva Jersey, yo también mee como un Nobel.
Postdata. Lo de heterosexual, y a fuer de ser políticamente incorrecto, todavía, a Dios gracias, también lo mantengo. O sea.

1 comentario:

  1. Estimado Gaviero:

    Creo que tienes toda la razón del mundo cuando dices, que hay momentos en que uno se siente importante. Personalmente, pienso que esos momentos son escasos, pero son de incalculable valor. Y la importancia que se puede llegar a sentir, nada tiene que ver con el reconocimiento popular, sino más bien con la satisfacción personal.
    Evidentemente, el hecho de compartir lugar de micción con seres ilustres de nuestra historia, tiene que tener un gran valor; pero mayor satisfacción tiene que ser el poder hacer ‘aguas mayores’ en un entorno similar.

    Me parece fantástico, que sigas manteniendo tu ideario de juventud, y aunque pueda discrepar en alguno de sus puntos, principalmente en el de monárquico, seguiré compartiendo lecturas y conversaciones interesantes, si me lo permites, al continuar disfrutando de tu compañía en mi atalaya del psiquiátrico.

    P.D: Lo de mantener tu heterosexualidad, será porque tu quieres ¡ladrón!.

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