martes, 3 de febrero de 2009

Desasosiego, sorpresa y amistad

Hace unos días una amiga me invitó, vía mail, a participar en una de esas redes sociales que proliferan por Internet, de buscadores de amistad, información y contacto, tipo Twiter, Facebook, Veedio y demás. Me sorprendió la iniciativa, pues esta amiga sabe de mi escepticismo sobre el invento, mi escaso interés y mi nula capacidad para navegar por los mares cibernéticos, a pesar de mi intitulación de gaviero. Pero acepté la propuesta, pues aunque sin perder el contacto, deseaba saber de ella y compartir confidencias y recuerdos.
Una vez dado de alta, tras varios intentos causados por mi ineptitud, pude al fin iniciar el contacto y nacer al mundo. Me sentí un poco agobiado, pues no siempre se nace por segunda vez y siendo consciente de ello. Supongo que antes de la tecla, seria un nasciturus, y con los tiempos inclementes y bárbaros que corren, esta invitación de mi amiga eliminó la posibilidad de mi aborto antes de tiempo. En fin, que una vez nacido, me dispuse a dar mis primeros pasos, inseguro y balbuciente. Todavía no consigo superar el desasosiego que me produce deambular por las páginas de la gente que ahí deja sus cosas, y que comparte con amigos, y con amigos de sus amigos, y tengo a ratos una sensación de voyeurismo un poco desagradable. Ya sé que la gente deja sus cosas con la autorización para que puedan ser vistas y comentadas por otros, incluso gente que jamás conocerán, pero a mi formación académica y buena crianza repugna un poco el pasar sin permiso expreso y presentación formal. Recuerdo que aun hoy en día, en Venecia, la gente civilizada y educada sigue dejando en el aire un educado “permesso” cada vez que accede a propiedad ajena, incluso mediando todas las autorizaciones y parabienes de los propietarios.
Pero la sorpresa mayor y más impactante fue que buscando a mi amiga, para hablar con ella, compartiendo café y charla cibernética, su página, por otro lado muy hermosa y trabajada, arrojaba como número de amigos el de trescientos uno. ¡Decepción y contrariedad!. Y no sólo ella, si no casi todos los amigos de mi amiga, y sus conocidos, y el del carrito de los helados que pasaba por allí, todos en fin, mostraban casilleros rebosantes y orgullosos de docenas, de cientos de miles, de amigos. Pero, ¿puede alguien tener cientos de amigos, siquiera cibernéticos?. ¿Puede alguien mantener vivo siquiera un mínimo hilo de calor, complicidad, compromiso, renuncia, alegría, esperanza, aliento, por cientos, por miles?. Yo confieso que no, y mi incapacidad me arrojó de nuevo a la incredulidad, y de nuevo al escepticismo, y, ¡ay!, me temo que de nuevo a la soledad. En mi casillero, el número uno se empequeñece y tirita de soledad y frío.
Aunque el lector inteligente habrá deducido que lo que de verdad me fastidió fue comprobar que la invitación de mi amiga, de la que yo me consideraba único y especial, ahora tengo que compartirla con trescientos otros amigos.

En fin, compañeros, brindo por vosotros, fumaré una pipa a vuestra salud, quizá un Dunhill 965, el rey de los tabacos, en honor a nuestra Princesa Compartida. Es un decir, claro, en realidad sueño con deciros algo así : "Hola. Me llamo Gaviero. Me robasteis a mi chica. Preparaos a morir".

2 comentarios:

  1. Estimado Gaviero:
    ¿Quién te ha visto, y quién te ve? Con todo lo que tú luchabas contra los avances tecnológicos, y la sociedad de la desinformación, y ahora te sumerges en el mundo de las redes sociales, del Internet 2.0. Lamento que te hayas llevado el chasco de comprobar que tú amiga, no es solo tuya, sino que has de compartirla con personas que nunca conocerás, y que probablemente ni ella misma llegue a conocer. Ya sabes, que lo bueno de internet, es que nadie sabe si con quien te estás comunicando puede ser hasta un perro.
    Maravillosas las referencias a “La princesa Prometida”, y en especial la adaptación de la genial frase de Iñigo Montoya, ideal para comenzar un duelo de honor.
    Saludos desde el manicomio. A ver si pronto nos vemos.

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  2. Me alegro que te guste. Grandiosa pelicula, un tanto incomprendida, y grandioso el español Iñigo Montoya, con un lirismo y épica deliciosos. Hoy es sin duda pelicula de culto para nuestra generación, digna de una sesión de cineclub. Y la banda sonora genial de Mark Knopfler, con el tema central Storybook love compuesto e interpretado por el no menos genio Willy DeVille. Gaviero

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