martes, 10 de noviembre de 2009

Carta a mi hija no nacida

Niña, aún andas dentro de la madre, cobijada y a resguardo. Lejos del frío, el odio y la mediocridad en los que parte de este mundo al que te traemos se mueve y embrutece. Y llena de amor, seguridad y alegría, que es como debes estar y debiera prometerte. No sé si cuando crezcas y puedas comprender estas palabras, las leerás con atención y quizá emoción, o te parecerán cursilada vieja y rancia de tu padre, viejo y achacoso o quizá muerto. No lo sé, pues el futuro incierto es...y natural. Incluso no sé si yo, tu padre, me atreveré a dejar estas líneas por aquí, esperándote, o la vergüenza y la inseguridad me hará eliminarlas antes, aunque hoy, cuando tú ya estas, sea hombre de más sinceridad que diplomacia, y afronto la vida con estoicismo y resignación, perdiendo sueños y aspiraciones y dejando atrás ilusiones, sustituidas y aún colmadas por otras. Pero ya comprenderás que esa es una parte indisoluble con la vida, que comienzas ahora, y que el cumplir con los sueños, ilusiones y aspiraciones, o luchar por ello, es hermoso y didáctico, siempre que sean los tuyos, personales e intransferiblemente tuyos, no impuestos ni esperados por otros, ni siquiera por mí ni por tu madre. Esto que te digo es difícil de decir para un padre, pero sólo te puedo ofrecer hoy mi experiencia y mi honestidad; eres tú la que debe decidir si ese ejemplo es suficiente para atender consejos y seguir instrucciones; bendita la libertad y la honestidad, única herencia importante que procuraré dejarte.

Niña, aún te meces, como digo, dentro de tu madre, que engorda a tu ritmo, entre arrullos y palabras de amor y cariño. Ya tendrás noticia que diste un susto grande cuando eras bebé de escasas semanas –otros te llamarían feto y aún no humano, pobres- y que después del esfuerzo y el tiempo y la incertidumbre, cuando ya estabas aquí, ahora y hoy, pensamos que podrías no venir finalmente. Y ese pensamiento frío y duro, y ese sentimiento de incapacidad y abandono, y esas lágrimas de horror y vacío, por el temor de perderte, me acompañaran toda la vida, y me acercan más a ti y me harán aún más protector e insufrible, cuando te tenga ya conmigo y pueda sonreírte y susurrarte y cuidarte, después de todo...


Niña, ahora te observo detrás de la pantalla, en ecografías y rayos que escrutan si te encuentras bien, si todo está en su sitio, si creces y engordas con parámetros previsibles, si tus órganos han salido ya de la nada y de la célula. Y te veo perfecta y pequeñita, mientras juegas dentro de mamá, y oyes las voces y la música y el ruido, y la voz cristalina y dichosa de tu hermana, que ya te espera para ser la hermana mayor. Y los médicos dicen que sí, que está todo bien, y que creces y engordas y los órganos salen todos de la nada y de la célula. Pero no saben que lo importante es que viéndote, yo sé que tu corazón late ya al unísono que el mío, y tus ojos empiezan ya a mirar a través de los míos, y que oyes ya la explicación mía del mundo y de la vida y que tu alma, esa que las ecografías y los rayos ni miden ni pesan ni escrutan, tu alma, es ya pura y limpia, y despierta, y que vale todo el sufrimiento y el esfuerzo y el desvarío…


Niña, quisiera ser un gran poeta, o quizá un mediocre literato, para expresar con hermosas letras todo lo que siento cuando te veo, hoy detrás de la pantalla, y hacerte llegar, hoy para mañana, cuando quizá leas esto, todo el amor y el cariño que siento por tu llegada. En este mundo mediocre, frío y a ratos odioso en que te recibimos, supones la explicación y justificación de todo.

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